Reflexión sobre Carnage, película de Roman Polanski
estrenada en España en las Navidades 2011
Que nadie se espere una comedia. No lo es. Ningún espectador me hizo perder el hilo del diálogo con una leve carcajada. Ni una película. Sí, es una adaptación de la obra de Yasmina Reza pero se acerca más al teatro que al séptimo arte. La trama transcurre en un piso de la Gran Manzana, entiendo que Brooklyn, sin figurantes. Por decorado un sofá, una chimenea y unos tulipanes. Pintemos rascacielos en las ventanas. Se desdeña la acción, importa el pensamiento. Por ello en Área Central no se plantearon emitirla.
Quien mejor que Polanski, obligado a recluirse dos meses en su casa de los Alpes suizos, para transmitir claustrofobia. Un planteamiento sencillo, dos parejas de progenitores intentan solventar civilizadamente un altercado entre sus hijos. Una excusa cualquiera para reflexionar sobre la vida. Personajes redondos, con las fisuras, tristezas y heridas sin cicatrizar que los humanos queremos esconder. Hasta que una botella de whisky muestre todas su miserias. El polaco apostó sobre seguro. Un póker de interpretes de lujo, todos ganadores de la estatuilla dorada salvo John Reilly que se quedó en la orilla por su papel en Chicago; es el ser más conciliador pero también primario y directo. Todo lo contrario que Christoph Waltz, que hace de abogado estirado que sólo piensa en formalismos. Insensibilidad que hace enloquecer a su mujer, Kate Winslet. Jodie Foster, que presume de idealista tiene tanto apego por lo material como los demás. Ahora tendrá una dulce pelea con su compañera por posar un Globo de Oro en su mesilla de noche.
Una tertulia sobre la moral. Una crítica sin cortapisas a las grandes farmacéuticas que buscan el mayor beneficio en perjuicio de la salud pública. Y un debate sobre la fragilidad del amor y los sacrificios que conlleva la familia. Reflexionemos en estas Navidades. En esa opulenta mesa del veinticinco hay más de un ser que apenas conocemos.
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