Jesucristo volvería a enfadarse por el bullicio que convierte la Catedral en un mercado. En Dalt Vila vivían las clases pudientes y en la Marina los proletarios. El sacristán de la Iglesia de San Salvador, a la que algunos conocen como San Telmo, me aconseja un restaurante popular, de los de manteles a cuadros y carta no muy extensa. Las canonesas de San Agustín, amén de rezar, preparan cocas pero el encargo debe ser con dos días de antelación.
Cruzada la zona portuaria se accede a la Playa de Talamanca, más atractiva y limpia que la de Bossa. Un joven de perilla poblada imparte clases de parcour a los niños.
Los 16 grados y cielo plomizo nos impidieron disfrutar al máximo de Cala Llonga. Los hoteles blancos de fachada triangular se acoplan al relieve de la montaña.
El Mercado de Punta Arabí es muy flowerpower. Deja limpios los aseos porque hasta Paris Hilton los usa. Creí que había ablandado al comerciante, un doble de David Guetta, pero a última hora, cuando ya me tenía en la jaula no me rebajó la camisa de flamencos ni un céntimo.
La Playa de Aguas Blancas es de las que me gustan. Salvaje y de difícil acceso. Con recovecos bastante íntimos pero hoy la temperatura marina es propia del Atlántico.
Cerca de San Carlos y embellecido con palmeras está el Mercado de las Dalias. Aparcamos en el colegio para no pasar por taquilla.Ya conocemos a varios vendedores.Uno confecciona cada camiseta con siete botellas de plástico recicladas.La italiana que vende juguetes de madera nos da la chapa con teorías conspiranoicas antivacunas y acusa a los nórdicos de imperialistas.
No muy lejos de Portinaxt está el Faro de Moscater. El romero crece en las orillas del apacible sendero. Le doy al pico con un coruñés con tatuajes. La torre, dibujada con los colores del Valencia supera los 50 metros, 93 sobre el nivel del mar.
Benirrás cuenta con esas barracas que abundan en las Pitiusas y dan techo a las embarcaciones. Comparan a la roca,Es Cap Bernat,con un equino pero yo le veo cresta. Y una escalera que conduce a la espesura del bosque. Nos marchamos antes del espectáculo de percusión.
En Cala Saladeta se pone el sol bastante antes que en Cala Salada. Las gaviotas buscan comida entre los cantos rodados.
El paraíso no es gratis. El café del chiringuito de Cala Comte que sirve el simpático aficionado del Sevilla supera los tres euros. Un niño con camiseta de Diego Armando me lanza unos penaltis hasta que un joven protesta de que le salpicamos con la arena. Las vistas son jugosas. A tiro de unas pocas brazadas la Isla des Bosc, una ensaimada gigante, y a unos 2km al este asoma la Torre de Rovira.
La famosa Cala D´Hort no me abruma.Algas y piedras.Aceptamos un consejo amigo y nos damos un homenaje. Desde el fino restaurante de letrero giratorio están las mejores vistas de Es Vedrá. Nos sirve media paella de marisco y tapa con un trapo la restante para que repose.
Flamencos, más blancos que rosas, sumergen la cabeza en los humedales de Las Salinas. Vienen a vendernos bocadillos a la arena. Los locuaces senegaleses se especializan en manteles playeros. A nuestra vera, un señor alto, con gafas de sol, protege la calva con una visera. Aún no sé si era el conocido tertuliano y polemista.Y al fondo la sombra de Formentera. Nos acercamos a una pareja que subía a su coche de alquiler para pedirles que nos llevasen a la ciudad. Eran italianos, ambos fotógrafos de cine y moda,y no quisieron ni que le enseñáramos un billete.