miércoles, 15 de enero de 2014

Deja vú

Crónica de la ida de los cuartos de final de la Copa 2012
Real Madrid 1-2 Barcelona (Cristiano; Puyol y Abidal)
 
La víspera le preguntaron si hallara al fin la fórmula para desactivar al equipo de Pep. Fue seco y escueto. “No”. Una pose de póker. Pero en sus últimas ocho manos contra el de Santpedor sólo ganó una. Aquel técnico bábaro firmó su epitafio en el momento que asumió la evidente inferioridad. Eso se castiga en Chamartín. Gustan más los pretextos. Basta la ausencia de dos peones para justificar una mezquina búsqueda de tablas.¿Quién oyó al Barça lamentarse de que dos alfiles de lujo no acariciasen el tablero?

No le sentó la siesta al de Setúbal. Apostó por Altintop que fue la peonza de Iniesta. Levantó a Carvalho de la camilla quien casi revienta la rodilla derecha del mejor zurdo del mundo. Y lo peor, juntó tres arietes de inicio sin un lanzador. Todos tenebrosos. No se aprovechaba la vulnerabilidad del rey ajeno. Guardiola cumplía su tradición de regalar la Copa a Pinto. La primera vez que se le requirió, única a la postre, volvió a sembrar dudas. Cristiano lo batió por bajo tras galopar por el tartán. No hubo más baza que esos pelotazos a la espalda de Alves; pero fue Ronaldo quien acabó con la lengua fuera persiguiendo al galgo brasileño. Sólo Benzema volvería a chutar a palos en todo el choque.

El primer susto fue un cabezazo bombeado de Alexis al travesaño. Casillas se mimetizó en la Cibeles. Paradas de mérito,como siempre, pero está huérfano en juego de pies.Cesc fue más el creativo gunner que el delantero mentiroso de desmarques por sorpresa.

Hasta la reanudación no llegó el empate. Misma fórmula que en Durban. El Madrid quiso matar el
partido con sangre. Muñiz no quiso dar a Mou el cruel gustazo de restarle efectivos. Del Bosque se santiguó al ver los enganchones de Fábregas con Alonso. Pepe inició su inmolación fingiendo una agresión; un reo reincidente pisó su imposible reinserción. Entonces ya estaban patentes las carencias del banquillo merengue. Sólo un revulsivo entre tres cerebros tristes y dos defensas penitentes. Messi desequilibró el duelo con una asistencia genial. Abidal no se amilanó. Ya conociera ese hábitat en San Mamés. Dos zagueros humildes que pudieron colgar las botas dejaban la eliminatoria casi sentenciada. El jurado popular debate si ficharon bien la noche de los aspersores.

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