Exposición sobre Charles Chaplin en Santiago (agosto de 2009)
Publicado en El Correo Gallego
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Llueve en Compostela. Aquí, como en ningún sitio, los paraguas no impiden perderse en un paraíso de callejuelas y reflejos pétreos. La Fundación La Caixa nos regala una dosis de cine clásico hasta fin de mes. Sin gastos ni comisiones. Luego un paseo por el Franco para la tertulia.
Alcoholizado papá, ella perdió la cordura. Charles Chaplin estaba obligado a ser un niño de la calle en los barrios bajos londinenses del ocaso del siglo XIX. ¡Qué remedio! Se las ingenió para llegar a Hollywood en 1913. Pronto redondeó el personaje de vagabundo que le daría la fama mundial. Se substituyeron los coscorrones por un humor refinado y sensible. En The Tramp ya era ingenuo y despertaba compasión. Quería cortejar a las mujeres. Desesperado, no despertaba de su aciaga vida, al igual que nunca llegan ni las migas a la boca de Carpanta.
Aunque naciera la misma semana y tuviera gran parecido físico con su Hynkel, bigotito recortado inclusive, hay que jugarse el pellejo para atreverse a grabar una sátira del régimen nazi en 1940. Aquí no se pudo ver el discurso a favor de la libertad y harmonía universal hasta que se fue El Gran Dictador. ¡Y dicen que casi se anima con un Napoleón arrepentido!
Sufrió la caza de brujas en 1949. No se nacionalizara y fue acusado de judío y comunista. No olvidaban aquel obrero alienado que atornillaba botones en Tiempos Modernos. Se fue resentido; volvería orgulloso ya anciano para recoger un Oscar honorífico por toda su carrera.
Sabrán que no alcanzó los requisitos físicos para alistarse en el Ejército. Sucesivos amoríos con lolitas le arañaron unos puñados de dólares en los divorcios. No convenció al jurado en un concurso de imitadores de Chaplin pero, eso sí, ganó el pleito por plagio a un tal Charlie Aplin.
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