Cinco alfombras
persas. Pitillos ajustados. Pañoleta enredada al pie de micro. Se despojó de la
cazadora. Velocípedo a la vista. El
sombrero es una extensión más de su cuerpo.
Volver a la Sala
Capitol y recordar aquel primer “Sold out”.
Pereza ya había sacado al mercado dos discos pero el público aún estaba
tibio. Entonces comenzó el fenómeno fan.
“Valoro el esfuerzo de coger los ahorrillos y pagar una entrada por ver
un show”. Necesitamos música que nos anestesie. Que no se mueran nunca los cantantes.
Cada momento tiene que ser especial.
Sería estúpido
renegar de una década de tu vida. Las raíces de José Miguel Conejo están anudadas a
las de Rubén Pozo. Como lo tienes tú,
subidón de metales y percusión, se disfrazó unos compases de Hey you. Quitó el polvo del Windsor.Mariposas de amor por mi tripa. Tras la erótica Animales nos robó la retranca; “estamos
un poco excitados” tras la orgía iniciática en el Tormes.
Cómodo. Protegido
por su Leiband. Bruno es el fichaje de invierno. Huracán, escondido tras los timbales,es un
musculado Jon Bon Jovi. No sólo acariciaron los teclados las yemas de César Pop
.“Estoy teniendo un montón de problemas con la guitarra” confesó Leiva mientras
afinaba su juguete nuevo. Le gritaron “¡Indio!” ¿Por qué iba a molestarle? Que todo el
Calderón se lo chille.
Las letras de su
segundo álbum sienten. Aún no sé le secó la imaginación. Las canciones tienen una
misión terapéutica, te despojas de los demonios, pero a riesgo de quedar
demasiado expuesto. Pólvora ajusta Las cuentas. ¡Cuánto dolor. Cuánta
nostalgia! Un collage de cornadas.
Probó los límites
de elasticidad de sus canillas durante Mi
mejor versión. Los teléfonos
volaron al unísono Afuera en la ciudad
de la lluvia. Como palomas. Mirada
Perdida, tema que de no ser por Carlos Raya se hubiera despojado de la
mochila, empezó cañera y murió con distorsión.
Tras noventa
minutos de juego llegaron los bises. Un vis
a vis con nosotros. Desnudo. Los focos lo buscaron. El epitafio fue un tributo al algecireño
llorado entre dos continentes.
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