Publicado en El Correo Gallego

A la salida, sol de justicia pero rocío a la sombra. Un par de veteranos en camiseta de sisas azul prefieren situarse fuera de los márgenes del hinchable, no vayan a sufrir la estampida de la manada de elefantes. No se olviden de ellos. Dos velocistas con llamativos sombreros rosa con purpurina se reencontrarán en la meta aunque sus ritmos de carrera sean dispares.
Otro se toma la libertad de pintarse media cara de azul y lanzarse a la aventura en falda escocesa. Un militar, no me pregunten el grado, lanza proclamas patrióticas y sus compatriotas, bien acompasados a ritmo marcial, responden enérgicos. Juan XXIII queda bajo una estampa de elásticas viejas.
Me acerco al Obradoiro. A pesar del chip, desde la organización se pide que se entregue el dorsal; todos lo desgarran pues no hay aliento para abrir imperdibles. Los más listos hacen cola junto a una carpa; echo un vistazo; fisioterapeutas los dejan nuevos tras un masaje con cremita.
Por megafonía se citan nombres de niños perdidos que, a diferencia de los de la Guerra Civil, pronto reciben el abrazo de mamá.

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