Crónica de la Carrera Pedestre de Santiago 2008 (26 de octubre)
Publicado en El Correo Gallego
Todo el mundo sabe que el último domingo de octubre se puede dormir una hora más. Algo milagroso si te vas a meter entre pecho y espalda doce kilómetros. Esta edición decidí ver los toros desde la barrera pues, debido a una lesión, no tengo el estado de forma que desearía.
A la salida, sol de justicia pero rocío a la sombra. Un par de veteranos en camiseta de sisas azul prefieren situarse fuera de los márgenes del hinchable, no vayan a sufrir la estampida de la manada de elefantes. No se olviden de ellos. Dos velocistas con llamativos sombreros rosa con purpurina se reencontrarán en la meta aunque sus ritmos de carrera sean dispares.
Otro se toma la libertad de pintarse media cara de azul y lanzarse a la aventura en falda escocesa. Un militar, no me pregunten el grado, lanza proclamas patrióticas y sus compatriotas, bien acompasados a ritmo marcial, responden enérgicos. Juan XXIII queda bajo una estampa de elásticas viejas.
Me acerco al Obradoiro. A pesar del chip, desde la organización se pide que se entregue el dorsal; todos lo desgarran pues no hay aliento para abrir imperdibles. Los más listos hacen cola junto a una carpa; echo un vistazo; fisioterapeutas los dejan nuevos tras un masaje con cremita.
Por megafonía se citan nombres de niños perdidos que, a diferencia de los de la Guerra Civil, pronto reciben el abrazo de mamá.
Pasa casi una hora desde que el vencedor alzó los brazos y se avecina el fuera de control. Uno cruza la meta y da media vuelta; captura una instantánea. En ella se aprecia el éxito del incombustible Julián Bernal, que recibe el cariño del público compostelano y la bendición del Apóstol. Tan mareado que uno de los atletas lo agarra fuerte para que no pierda el equilibrio. Cuando se acercan los periodistas su hijo, y mánager, comenta que ha dormido poco por los nervios y que ya encara las setecientas carreras. "Si te preguntan por los tiempos, tranquilo que hablo yo".
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