Artículo publicado en Xornal de Galicia
Sonó el despertador y yo, inconsciente de mí, seguía en mis mundos oníricos. Si mamá, con la mosca detrás de la oreja, no me despertara habría renunciado a mi día en las Cíes. Llegué en hora. El presidente de la Asociación Compostelana de Amigos del Ferrocarril saludó afectuosamente a cada viajero.La locomotora 1808 y su Coche Verderón deciden esperarnos hasta la vuelta. El revisor no tenía billete que agujerear. Junto al Lérez se intuían los preparativos para el Campeonato Europeo de Triatlón en el Puente de Tirantes.
Tras un breve descenso en autobús por la ciudad olívica nos apeamos en el malecón. La nao de veinte metros de eslora galopó al zarpar pese a que la mar está mansa y dócil. En el piso superior la brisa nos acaricia la cara. Sábado al sol. Dos mayores discuten si las casitas que señalan a mano derecha son de Nerga o Barreiras. Ni un delfín a la vista.
En el andén de Vigo el mercurio seguía inflamado hasta los treinta y cinco.El guardia de seguridad,de impoluto uniforme,no ve adecuado mi torso desnudo.¿Habré perdido mi figura? En el tren somos invitados por grupos a la cabina.A esta velocidad tardaría casi mil metros en detenerse de un frenazo inesperado. Que nadie se sienta a salvo fumando en los aseos porque un sensor da el chivatazo. Renfe, fiable como el reloj de Kant, cobra hoy siete minutos de factura por la docencia.El año que viene nos juntamos en las Ons.
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