*Bautizo de un ser querido
*Artículo publicado en septiembre de 2007 en El Correo Gallego
Esta iglesia no tiene arbotantes ni contrafuertes. Ni pináculos ni rosetones. Nació en un local social para dar cabida a los fieles a los que queda lejos la capilla de San Caetano. Apenas hay ornamentación, un solo cuadro de temática religiosa, y el altar se oculta corriendo una cortina. Pedro olvidó las llaves y una persiana metálica aísla el sacro lugar.
"Un pastor tiene a su cargo cien ovejas pero si una de ellas se pierde, inmediatamente se despreocupa del manso rebaño para que la descarriada vuelva a su senda. Del mismo modo, si un ama de casa acumula diez monedas pero pierde una de ellas, pone patas arriba el hogar y barre los suelos para que no sufra la economía familiar?". Con esta parábola dio comienzo la homilía.
Me cautivó la naturalidad del Padre. No hacía falta rezar en latín. Dicen que fue misionero en Sri Lanka. Tranquilizó a una de las abuelas que se ahogaba de nervios. Hizo suya la célebre cita de "dejad que los niños se acerquen a mí"; pidió ayuda de monaguillo al más pequeño de los presentes, tal si fuera un juego. "¿Alguien quiere decir algunas palabras?". Nadie alzó el índice, y se respetó un silencio casi hiriente. Bendijo a medio santoral y permitió que los fieles añadiesen a su favorito: "¡San Cristóbal!". Estoy seguro que se evitaría la sangría de adeptos entre las nuevas generaciones si muriese el discurso reaccionario y anacrónico.
Hoy estábamos aquí reunidos para celebrar el bautizo de Víctor. En mi condición de padrino llevé el catecismo en el bolsillo dudando de la memorística de la niñez. La luz del cirio, la cera amenazando con verterse. Agua del Jordán sobre concha de alpaca, como Juan a Jesús? El óleo ungido en su coronilla. "¡Cómo se portó, no soltó una sola lágrima, ni un quejido!". Los padres, amén de todos los cuidados, le han legado esa belleza, hasta en el último recoveco de sus orejas.
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