Alghero aún huele a
Cataluña.Cuatro centurias en su seno. Una catapulta de madera inofensiva. Caracolas
a remojo. Pido referencias culinarias y me señalan la Botheghina. Seara de postre.
En la playa Pelosa
de Stintino un parquímetro limita el placer. Una argentina me ofrece unas gafas
de esnórkel a cambio de un pellizco de atención. Ceno recia carne ecuestre. Por
variar.
(Grotta di Nettuno)
Un bus sin brío
bordea dos golfos hasta vaciarme en Capo Caccia.La escala del Cabirol, seiscientos
peldaños suspendidos sobre el mar bravío, es un balcón al horizonte. Entré a
ver estalactitas en la Grotta di Nettuno.
Y cavilé en la barandilla oxidada que mira a la isla Foradada.
Apenas seis
callejuelas componen el Castelsardo fortificado. Gatos mendigos. Paladeo un delicioso
funghi porcini. En el rural cazo con
facilidad un elefante pétreo a la vera de la calzada.
Un mar verdoso
salpica Santa Teresa Gallura, bautizado así en honor a la esposa de Víctor
Manuel I de Saboya. Su arenal de Rena Bianca tiene como broche la Torre de
Longosardo.
Capo Testa, cantera
desde tiempos romanos, es un istmo de
granito. Un gallego se imagina en Muxía y mata su morriña. La chica con las
piernas más bonitas cinceló su nombre en las rocas. Para la posteridad. El faro
solitario espía lo que concurre en el estrecho de Bonifacio.
En la insulsa Palau
pícaros se pelean por llevarte en velero a las paradisíacas Spargi y
Budelli; tomo el ferry hasta Isla
Magdalena. Cruzo el puente y los humanos entran en extinción. Garibaldi
abotonó su camisa roja para pelear por una Italia unificada. Su voluntad era
ser cremado. Pero descansa en paz en un sarcófago de piedra adornado por una
argolla. Un misterio.
Ufanos yates en Porto
Cervo. La iglesia Stella Maris purga por los excesos de las celebrities.
(Cala Gonone)
En la óbita de
Dorgali,la montaña atrapa nubes en Gonone;un
pescador paciente,chamizo por el sol,prueba suerte sentado en teselas salmón.
Pezqueñines comen las impurezas de mis
pies. Gratis. Camino de Fuili prepara
el arnés un alpinista.Braceo para otear la gruta del Bue Marino.
La animosa Cagliari
molesta a los que quieren dormir. El Monte Urpinu loa otro atardecer. En
Chia, mi debilidad, flamencos clavan su cuello en el fango. Y tampoco. La torre no
es un nuraghe.
(Playa de Chia)
Pasando la curiosa
iglesia paleocristiana de San Giovanni, que se remonta al siglo VI, fisgoneo Tharros, antigua ciudad fenicia. Todo roto. Dos columnas quedan en pie, una descapitada.
En la desembocadura
del río Temo nudos y alfombras árabes reposan al sol. De Bosa parte la
carretera del solitario. El Mare Nostrum
y yo. Han aniquilado los pueblos. Ya tengo nostalgia.
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