El escudo de la
metrópoli, siempre presente, son tres cruces sobre una banda negra con un fondo
colorado. Hacen referencia a San Andrés,pescador crucificado en el siglo uno. Está
documentado que los barcos en el XVI ya portaban esta bandera. Una conjetura
reza que aludía a los tres peligros que acechaban a la ciudad: fuego,
inundaciones y peste. Hoy curiosamente
viene de perlas como símbolo del Wallen, Barrio Rojo por autonomasia de Europa.
Sin transiciones ni purgatorios, la gótica Oude Kerk consiente la lujuria.
Callejones, clientes y mirones. Aunque
los escaparates, con neones verdes y rosas, son sobre todo una atracción
turística y capitalista. Ni el más pequeño de la familia se pierde el
tranquilo paseo. Un cisne se despereza.
Comerciantes
cantarines venden bananas más que maduras a precios de saldo en el mercado de Dapper. Bulbos y semillas de orígenes
dispares colorean el Mercado flotante de las Flores.
En el zoco de Albert Cuypstratt tomo el aperitivo en
un puesto de productos ibéricos pata
negra; incluso sirven tapas de arenque crudo con crujiente pepinillo en
vinagre. Abierto el apetito sentamos en el Restaurante
Bazar a comer un plato, casi fuente, de comida árabe.
El parque de Vondel homenajea al autor teatral más
célebre de Holanda. Del “Rincón de los hallazgos” penden objetos perdidos sin
que nadie tenga codicia de hacerse amigo de lo ajeno.
El tranvía vomita
gente en Leidseplein que se agolpa para ver artistas urbanos; estos rapean y
reptan como gusanos sobre los adoquines.Cocinas de toda la orbe en las
inmediaciones; toman la delantera los italianos y parrilladas argentinas. Suenan
temas de Abba en Rembrandtplein en el
marco de la fiesta gay. Una ventana tiene un vado para que las bicis,
quintaesencia de la ciudad, no estacionen allí. Por los canales, que cumplen cuatro
centurias, discurren aguas pardas.
En los ornamentados hastiales de los edificios hay unos ganchitos. Imaginé que era un método ancestral para amarrar la flota. No. Me cuentan que la mudanza se hace por la ventana. Menos suntuosos son los inmuebles de la zona portuaria del Rij, a espaldas de la neoclásica Estación Central. Al menos el ferry es gratuito. Parloteo con unos valencianos que permutaron su vivienda una semana con un neerlandés; ahora tienen que regar las plantas y alimentar al gato.
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