Filme de corto
metraje ambientado en Sheffield, núcleo de la industria pesada de Gran Bretaña.
Pero el sector atraviesa una crisis semejante a la actual. Los obreros
desempleados deambulan por una ciudad fantasmagórica. El síndrome Detroit. La cinta de Cattaneo no ha perdido frescura.
El argumento semeja
rudimentario. Un puñado de hombres a la
deriva, “más feos que Picio”, se deciden a hacer un striptease para hacer
dinero rápido.¡Qué difícil es cambiar las mentalidades! Están hartos del paro
y los trabajos precarios. Pero esa situación de emergencia les mueve a estrechar
unos fuertes lazos de amistad. En una situación boyante reinaría el
individualismo.
El protagonista
despierta la empatía del espectador. Tiene liderazgo, carisma y, aunque fue
recluso, buen corazón. Su hijo, icono de madurez, sensatez y entusiasmo, es su
motor.
Se encargará de ir
agrupando gente para el proyecto. Primero
su mejor amigo, un acomplejado obeso que, falto de autoestima, piensa que su mujer
va a caer en los brazos de cualquiera. Luego
se suma un pelirrojo suicida que apenas necesita el cariño de un amigo. Más
intencionada es la selección del veterano, muy dado a las falsas apariencias, por
sus habilidades en la danza. Para
completar el puzle organizan un casting. Incorporan a un negro, sobrado de desparpajo
pese a su avanzada edad, y a un musculoso desinhibido cuya idea más lúcida es
comprar unos taparrabos. “No seremos
jóvenes, guapos ni musculosos... pero somos auténticos”.
El viejo clasista se resistía a unirse a la
locura pero acabará coordinando a estos patos ma-reados . El baile es como “el
fuera de juego del Arsenal de Tony Adams”. ¿Con esta banda sonora quién no danzaría? Coreografías
rítmicas entre bobinas de cable. Hasta edulcoran la triste y protocolaria cola
del paro. Sufren momentos de dudas y debilidad. Miedo al fracaso, vergüenza a
exponer sus cuerpos ante una “manada de mujeres en celo” e incluso ante la
curiosidad de la Scotland Yard. Los límites sólo nos los ponemos nosotros
mismos.
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