Reflexiones sobre la película LINCOLN, interpretado por Daniel Day-Lewis
El título de la cinta es engañoso.No es un biopic de la vida del decimosexto presidente de Estados Unidos sino una reflexión sobre su exiguo segundo mandato truncado por su asesinato en el Teatro Ford. Pero Spielberg, que recrea el fin del mito como la Lección de Anatomía, no se centra en la muerte. Ni en la guerra. Esta es una historia de libertad.
El papel se sirvió en bandeja de plata para Lean Neeson pero desechó un proyecto que se dilató doce años en la mente del creador. La deliciosa caracterización de Daniel Day-Lewis, Globo de Oro a la mejor interpretación, muestra a un hombre profundamente fatigado. Tanto que al director le consta que su vida se apagaba.Arrugas surcando su frente, cabello indomable, mentón blanquecino…Ademanes reflexivos y caminar pausado. Paciente al calor de la lumbre. Un hilo de voz incluso en sus peores ataques de cólera.
Sufría Lincoln más por los avatares de su fraccionada nación que por su linaje. Meticuloso y misericordioso hasta la madrugada. Si acaso tiene predilección por el pequeño de la saga. Ninguna pincelada se esboza sobre su hipotética homosexualidad. Mari Tood es el firme bastión familiar que se desmorona por la muerte de sus vástagos. A punto estuvo su marido de internarla en un sanatorio mental. La Primera Dama quiere evitar a toda costa que Robbie, con el que Abraham tiene una relación distante, acuda al frente.
La principal obsesión del primer presidente Republicano, partido federalista que nada tiene que ver con el actual, es la abolición de la esclavitud.En un mayúsculo dilema moral prioriza aprobar la Decimotercera Enmienda a los acuerdos de paz de la pestilente guerra civil. En la balanza cuatro millones de esclavos frente a setecientas mil víctimas. Pero el bondadoso cayó en la corrupción. Necesitaba un puñado de apoyos demócratas y un tránsfuga necesita alicientes para morder el anzuelo. El fin justifica los medios.
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