Reflexión sobre las propinas. ¿Por qué se dan en ciertos oficios?
Publicado en El Correo Gallego tal día como hoy hace 8 años (2-1- 2008)
El café, conlleve conversaciones amistosas al calorcito o visionado de prensa, se acerca tanto al euro que casi da vergüenza no dejar en el platito esas monedajas con el diseño de la Catedral de Santiago. Si corona la tasca una campanilla, queda más simpático y agradecido. No infravaloro diez horas de pie haciendo equilibrios con la bandeja. Pero, ¿no se abona en cada consumición su propio valor y el servicio? Sí, y la clientela paga también con creces el bote para los costes de lavavajillas, servilletas serigrafiadas y la previsión de vasos rotos por semana.
A un profesor que te enseña con dulzura y te marca de por vida nadie le da nada, salvo algún jamón en exámenes. ¿Quién le mete un billete en la bata a un médico eficiente por hacernos un buen diagnóstico? Algún lector atento dirá, “¡claro, es qué esos son trabajos donde no se mueve la calderilla!”. Y, ¿qué me dices del simpático conductor del bus? ¿Y la cajera del súper, que casi nos ofende que nos cobre la bolsa? ¿Y el panadero que, más que madrugar, trasnocha?
Los clowns y artistas callejeros dan ambiente y nos convierten en una ciudad cosmopolita; sus chisteras no ofenden y quizá merezcan más que mis aplausos. En los semáforos hay quien se gana la vida vendiendo pañuelos de papel y es tan digna su conducta como subir la ventanilla. Suerte que aún no se ha importado aquí la extorsión de los gorrillas. Y si aparecen señoras que fingen ser sordomudas que sepas que el niño que estaba con ellas se ha marchado con tu cartera.
La Nochebuena esperaba junto a la iglesia del Pilar el bus que me llevara al Clínico. Una señora mayor, bien abrigada por su visón, vio a un joven desencajado tirado en el suelo y le ofrece una propina. “No, gracias”.
Publicado en El Correo Gallego tal día como hoy hace 8 años (2-1- 2008)
El café, conlleve conversaciones amistosas al calorcito o visionado de prensa, se acerca tanto al euro que casi da vergüenza no dejar en el platito esas monedajas con el diseño de la Catedral de Santiago. Si corona la tasca una campanilla, queda más simpático y agradecido. No infravaloro diez horas de pie haciendo equilibrios con la bandeja. Pero, ¿no se abona en cada consumición su propio valor y el servicio? Sí, y la clientela paga también con creces el bote para los costes de lavavajillas, servilletas serigrafiadas y la previsión de vasos rotos por semana.
A un profesor que te enseña con dulzura y te marca de por vida nadie le da nada, salvo algún jamón en exámenes. ¿Quién le mete un billete en la bata a un médico eficiente por hacernos un buen diagnóstico? Algún lector atento dirá, “¡claro, es qué esos son trabajos donde no se mueve la calderilla!”. Y, ¿qué me dices del simpático conductor del bus? ¿Y la cajera del súper, que casi nos ofende que nos cobre la bolsa? ¿Y el panadero que, más que madrugar, trasnocha?
Los clowns y artistas callejeros dan ambiente y nos convierten en una ciudad cosmopolita; sus chisteras no ofenden y quizá merezcan más que mis aplausos. En los semáforos hay quien se gana la vida vendiendo pañuelos de papel y es tan digna su conducta como subir la ventanilla. Suerte que aún no se ha importado aquí la extorsión de los gorrillas. Y si aparecen señoras que fingen ser sordomudas que sepas que el niño que estaba con ellas se ha marchado con tu cartera.
La Nochebuena esperaba junto a la iglesia del Pilar el bus que me llevara al Clínico. Una señora mayor, bien abrigada por su visón, vio a un joven desencajado tirado en el suelo y le ofrece una propina. “No, gracias”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario