2005. “La Junta Directiva ha acordado en su reunión
ordinaria que Dámaso Aleixandre sea el galardonado con el crucero por
incentivos de nuestra compañía”.
Todo eran
parabienes. Aún no se le había borrado el bronceado del viaje del trimestre
pasado a Kenya. Un par de deportivos de alta gama en su garaje privado. En su
perfil de Facebook asomaban chicas monas un día sí y otro también. Hoteles de
ensueño. El físico le acompañaba. Hay que reconocerlo. No tenía muchos íntimos
pero le gustaba agasajarlos con rondas de cerveza.
2015. “La Junta
Directiva ha acordado en su reunión ordinaria
que Dámaso Aleixandre sea cesado de sus funciones por los pobres índices
de ventas”.
El Banco apretaba
para recuperar los intereses del préstamo. Mamá había legado sus bienes al hijo
que la atendió hasta los últimos días. Papá había rehecho su vida con una
horchatera valenciana. La última que pasó por su almohada solo le había chupado
su cuenta corriente. Las cervezas habían redondeado su tripa. Había menos pelo
en su cabeza y más en su nariz y orejas.
2016. “Hombre se
arroja desde el 7º piso del Edificio Windsor”
Un caballero de 42
años que responde a las iniciales de D.A. se ha desplomado desde lo alto de
este inmueble compostelano. Los análisis toxicológicos han confirmado que había
triplicado la dosis de ingesta de su medicación nerviosa. Índices de por sí insuficientes
para que la causa del deceso fuese esa. Fuente a las que ha consultado este
periódico informan de que era una persona de negocios conocida en la ciudad que
en los últimos meses se mostraba muy desmejorada. Hay quien lo reconoció
durmiendo entre cartones en los bajos del Antiguo Cine Yago visiblemente
delgado y con los ojos desorbitados. No había firmado testamento. Sus acreedores han consultado con abogados prestigiosos
de la ciudad para ver si pueden recuperar algo de liquidez. Una nota asomaba en
el bolsillo de su abrigo. “Perdona mamá”.
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