*Paul Preston cuenta anécdotas sobre la Guerra Civil Española
Conferencia en el Ateneo de Santiago (junio 2008)
Puntualidad británica. Pero fallan los micros y la espera crea un murmullo general. "¡Silencio!". El historiador, sarcástico, irrumpe para ofrecer su voz forzando la garganta. De repente, el chico de seguridad se lleva la ovación y salva el honor hispano.
Lechosa cabellera, gafas de prolífico lector y aspecto rechoncho y bonachón. Oriundo de Liverpool, como los Beatles, "pero mi equipo es el Everton", matizó en cuanto pudo. Su ciudad fue severamente bombardeada en la II Guerra, pero en lugar de suscitarle una fobia le dio por hacer maquetas de aviones con sus amigos adolescentes. Su primer recuerdo de España, allá por 1969, es el de un mercado callejero de artesanos. Tan distinto que éramos una potencia eurovisiva. Nada más llegar confiesa que le chifló toda la comida que su familia obrera le había desaconsejado, como paradigma el aceite de oliva.
El éxito de sus palabras radicó en mantener alerta a un público de mediana edad por su sentido del humor y una retranca casi gallega.
No tuvo que tragar saliva ante ningún revisionista, todo fueron flores. Louis Fisher, uno de los mil corresponsales foráneos en la guerra civil , entrevistó a Negrín en el retrete y se acostó con la hija de Stalin, aunque sólo fue una de las dos mil mujeres con las que se carteó; Matthews estaba amargado porque los que tenían el turno de noche del New York Times eran afines a Franco y censuraban sus artículos en favor de la república; Kim Philby, espía soviético que fingía ser de extrema derecha, sobrevivió en la Nochevieja del 37 a un atentado en el que fallecieron tres corresponsales. Y seguían preguntando hasta que él, mordaz, "espero que hayan traído cosas para desayunar".
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