
Conferencia en el Ateneo de Santiago (junio 2008)
Puntualidad británica. Pero fallan los micros y la espera crea un murmullo general. "¡Silencio!". El historiador, sarcástico, irrumpe para ofrecer su voz forzando la garganta. De repente, el chico de seguridad se lleva la ovación y salva el honor hispano.

El éxito de sus palabras radicó en mantener alerta a un público de mediana edad por su sentido del humor y una retranca casi gallega.
No tuvo que tragar saliva ante ningún revisionista, todo fueron flores. Louis Fisher, uno de los mil corresponsales foráneos en la guerra civil , entrevistó a Negrín en el retrete y se acostó con la hija de Stalin, aunque sólo fue una de las dos mil mujeres con las que se carteó; Matthews estaba amargado porque los que tenían el turno de noche del New York Times eran afines a Franco y censuraban sus artículos en favor de la república; Kim Philby, espía soviético que fingía ser de extrema derecha, sobrevivió en la Nochevieja del 37 a un atentado en el que fallecieron tres corresponsales. Y seguían preguntando hasta que él, mordaz, "espero que hayan traído cosas para desayunar".
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