Es común cruzarse con judíos en Zürich. En Bahnhof Street seguratas
custodian las joyerías. Corbatas de ejecutivo.Los perritos de salchicha
blanca, artículo selecto para un turista español, valen 7 francos. Sólo llevan
la mitad de pan y así son difíciles de comer.
La Grossmünster ve fluir las últimas
lágrimas del Limmat. La cripta alberga una estatua de Carlomagno. En el lago
la nao Don Quijote está amarrada
junto al Miami Beach.
Por Lausana
transcurre una arteria del Camino de flechas amarillas. El Centro Español
presume de asistir a inválidos y pensionistas. Pululan indigentes por la Plaza
Riponne.
Rudy Deceliére propone un jardín en la
iglesia de Saint François. Son hojas que rozan el suelo. Apenas se nota que
están colgadas como marionetas por cables color cobrizo.
La Promedade de Vidy y Place de Milan son
ejemplos de la ventaja que nos llevan en el equipamiento deportivo de los
parques. Unos mozos juegan al pingpong con la cerveza bien asida a la otra
mano. Si subes la tela de araña de Montriond verás el vasto Lago Léman. Casi la
mar. En el animoso Ouchy un puesto maya vende zapatos hechos a mano con suela
de neumático. Almuerzo un menú indio servido en una autocaravana.
En Ginebra
asesinaron a Sisí y se refugió Lenin.La colonia árabe es numerosa; sus mujeres
van amantadas y con gafas de sol. Una manifestación se solidariza con
Palestina.
En una explanada hay campos de petanca y una
pista de skate. Los patinetes y bicis bajas vuelan al ritmo de rap. Alrededor florece un mercadillo de
baratijas. Ropa militar, monedas antiguas,
artesanía africana en madera, cubertería de plata ya oxidada, cartografía del
XIX… Una española debate sobre la coyuntura económica “mi dinero lo administro yo,
sino de viejos a plantar a tomates al campo”. Venden bayas de goji orgánico;
parecidos a las pasas pero más coloradas, me aclaran unos tenderos andaluces.
En el Barrio Rojo hay una exposición de
tricot urbano. En mi restaurante dejan entrar con el can a un cliente habitual. Bob
Buckets hace una batucada con objetos de reciclaje. Prohíben nadar en el Léman
y que las señoritas paseen sus tacones por el pantalán.
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