Berna está comprimida por el
Aare. Sus prestas aguas verdosas generan un escudo de vegetación frondosa. A
los osos, símbolo heráldico, le ceden una parcela para que campen a sus anchas. Sólo es necesario el transporte urbano para
ir al Museo Paul Klee. El funicular para salvar el desnivel del Palacio Federal
es sólo una atracción turística. Tejados en perfecta simetría.
Soportales de
cuento de hadas. Fuentes policromadas. Maceteros. La casa donde Einstein exprimió su cerebro. Casi todos los comercios
tienen rebotica subterránea. En una tienda de rock atiende un calvo que se niega
a pasar la maquinilla sobre su único mechón; se relaja escuchando un
clásico vinilo. Una estrella de Hollywood es el reclamo de otra tienda
cavernícola. “Las mejores camisas de la ciudad”; son poperas, con fijación casi
obsesiva por los Beatles. Pero la
exclusividad tiene un alto coste. Una mujer con mil arrugas, y otras tantas
desconfianzas, regenta una tienda de disfraces. No abandoné la urbe del Toblerone sin probar
el meitschibei, dulce de nueces.
El Ayuntamiento de Basilea tiene un tono más rojizo que
la Alhambra. Aunque pueda semejar la proa de un drakar, su omnipresente escudo
de armas representa un cayado obispal.
La ciudad
farmacéutica cuenta con la dinámica fuente industrial y robótica de Jean Tinguely. La
pantagruélica estatua del trabajador, casi arrollada por el tranvía, homenajea
a los currantes. Tiempos Modernos. La
cubista escultura de Picasso es fantasmagórica y decepcionante.
La urbe de Federer es tan filogermánica que su sangre es el Rhin. Es el turno de los
más gallardos. Se dejan engullir flujo abajo. Bolsas estanco portan sus
enseres. Barcazas de carga de más de
treinta metros de eslora a contra corriente. También se atreve alguna intrépida
piragua.
En la catedral yace
Erasmo desde hace medio milenio. Una estrella de David en su rosetón. El tejado
en motivos romboides. Cincuenta y dos metros alcanza su torre. Doscientos
treinta peldaños. Chiquillas de risa floja arrojan uvas a quienes esperan el transbordador.
En tres minutos cruzan de orilla por un módico precio. Ciclistas se encorvan por
el Puente Wettstein para pugnar contra el viento. La moda de los candados
aterrizó en el Mittlerebrücke. El peso del amor.
El sol baña hasta más
tarde a la pequeña Basilea, donde hay ejemplos de arquitectura futurista. En
esa orilla una exposición fotográfica pretende inculcar valores pacifistas en
el Globo.
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