Dios cerró el grifo
de la lluvia al mediodía y concedió una jornada despejada. Decían en los corrillos
que el novio vistió esta mañana la camiseta de sisas para despacharse ocho kilómetros. Para matar el nervio. No
esperó por el fotógrafo al salir del auto como había acordado. Al altar sin
titubear. Su chica, asida al brazo
cómplice de su progenitor, no le hizo esperar.
Don Daniel, casado
con Dios, aconsejó a los jóvenes. En un enlace hemos de aceptar también las
diferencias e imperfecciones de nuestro cónyuge. Dos
líneas en paralelo se convierten en un “nosotros”. En la plena vorágine exclamó:
“Si os amáis seréis un cosmético para el mundo.”
Javier y Gonzalo,
de blanco impoluto con cinturón ninja azul, portaban las alianzas. Les costara
un mundo entrar por la alfombra roja con paso parsimonioso. “Las arras no sólo
representan los bienes materiales; son un compromiso de vida en común”.
Los invitados se
retorcían para buscar las voces empastadas del coro. La sempiterna campana de
la iglesia acompañó al “Ave María”. Los novios compartían confidencias y
sensaciones.
Comulgaron dos
decenas de feligreses. El padre de la novia, que dio cariñosos abrazos
a su yerno toda la velada,tomó el púlpito y prometió unas palabras más
prosaicas que las del Padre. Aportó tres consejos: la humildad, que es
inmortal, la lealtad y tener convicciones profundas.
Las abuelas de la Asociación Contra el Cáncer ya hacían barullo
en la retaguardia. Tras la arrocina la pareja recibió mil parabienes. Dos
autobuses aguardaban en el puerto. Destino Canaan.
Los invitados no
esperamos por los novios para hincar el diente a los aperitivos.Tras el hórreo
devorábamos clandestinamente. El truco es apropiarse las zamburiñas de
camareros distintos.
Pilar y David confeccionaron
los integrantes de las mesas y el suculento menú con mucho mimo. Entre plato y
plato daba tiempo a una conferencia telefónica o a catar la fragancia de la es-quina
del humo. Y a buscar un nuevo recoveco en el estómago. Por entonces Andy y Lucas ya jugarían a Epi y Blas en
el corazón de Ribeira. Mi pala de pescado ya parecía una cuchara de Uri Geller. El baile nupcial, ensayado a conciencia,
salió impecable. Ni un pisotón al velo.
Uno de los ramilletes fue para la hermana menor, que se llevó de propina un beso de tornillo de su pareja barbuda. Obsequiaron a unos fieles amigos con los muñecos de la tarta para desearles buena ventura. Y la liga, más tradiciones,se la ganó una chica mona.Al azar fue el lanza-miento del ramo casamentero pero no estoy seguro de quienes lucharon ciegamente por él.
El speaker tenía pavor
a que una copa acabase sobre su equipo de música. Ideó una parodia de Grease en la que los chicos
conquistaban a las damas. Y abrió turno de peticiones. Olvidó la mía. O la
obvió. Sandra, cuya retoña Lía adoptó los mofletes de su papá, defendió un tema
de Alanis con afinación y pronunciación.Gabi y Sico,viejos rockeros, la
flanquearon. La fraternidad.
Corría tinta sobre
el libro de dedicatorias. Cuesta poner algo original y trascendental mientras
otro espera. El novio, desabotonándose ,
estaba eléctrico. Ya aparecía borroso en todas las fotos. Acabó manteado por
sus amigos. Moji, que ya ha superado el trance y bautizó a sus dos vástagos con
nombres de pila de futbolistas míticos, le insistía que disfrutase cada
segundo. Es una jornada irrepetible que pasa volando. La cara de David era el
espejo de la felicidad.
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