domingo, 14 de febrero de 2016

Sidecar

Concurso Cartas de Amor 2013 de la Biblioteca Ánxel Casal


   Entraste en mi vida una noche fría de verano. Ya no saldrás jamás. Una verbena humilde en un pueblo con mar. Una carpa blanca nos protegía del molesto viento del Nordés. Bailabas con tus tres amigas. Brindabas en lo más alto tu copa de licor café. Formabais un coro perfecto, ajeno al resto del mundo. Un culto ditirámbico a la amistad. Recogiste sobre la oreja un mechón de pelo caoba encaracolado.  Pronto volví a levitar. Ahí aprecié tu sugerente lunar esculpido para el deseo sobre la comisura de tus labios.  Algo escorado a la derecha diría yo. Quise soltarte algo ingenioso pero tus atenciones se centraban en mi amigo. Te hacía gracia. A mí no. Todo eran gracejos y miradas cómplices. Pero te acercaste a mí. Con seguridad. Con aplomo.    

   - “¡No sé a qué espera tu colega para sacarme a bailar!”

Me sentí insignificante. Y en lo que podía ser una pausa valorativa saqué fuerza de flaqueza y repliqué: “Tiene pareja. Es un chico muy fiel y centrado”.

   -“Ahhh… ¿De verdad? Una pena porque es muy atractivo” alegó sin poder disimular su decepción.

   “Pero yo fui a clases de baile de salón desde muy chico” dije muy bajito por miedo al rechazo.

   Y allí estaba yo pisándola cada dos o tres giros. Teniendo su boca tan cerca de la mía. Con tanto miedo a acercarme a ella como a que acabara la canción. Sin saber que decir. En la vida había aprendido una coreografía. Mi amigo, perenne solterón, ya hablaba con otra chica. Así, mi pequeña traición no me carcomía la conciencia.

   Conseguí entretenerla con temas triviales. Teníamos mucho en común. La música y el deporte eran nuestra pasión. Me prometí no mentirle nunca más. Era encantadora. Con cierta timidez. Cada palabra que escupía me despertaba más curiosidad. Ella no hacía muchas preguntas. Yo seguí a modo interrogatorio. Acabó, casi por cortesía, contándome anécdotas de sus periplos por el mundo.

   Se hizo tarde. Mi amigo se había esfumado. No me importó mucho. La acompañé a casa aunque su prima no nos dejaba a solas; la gané para mi causa cuando le presté mi chaqueta de lana. El paseo murió en lo alto de la colina. No había punto en el pueblo más lejos de mi morada. Ni menos protegido del vendaval. Oíamos las olas esculpir los acantilados. La rubia sacó las llaves y me invitó a dormir. “Mantas no faltan”. Nada me apetecía más que abrazar toda la noche a la niña de ojos negros. Pero ella, sin aspavientos, no parecía muy entusiasmada con la idea. No presioné. El gato también dormía fuera. Me despedí con dos besos. Su negativa no cambió mis planteamientos. Regresé montaña abajo con la ilusión de saber más de la muchacha que no soñó con mi amor.

4 comentarios:

  1. Creo que un final feliz estropearía o relato, podo ver ao rapaz baixando cun sorriso na cara, totalmente feliz. Gañaches? Eu non.

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  2. Cuando veo una película me atrapa mucho más si el final es oscuro o melancólico. Así ocurre en Mystic river o Seven. Sólo hay perdices en una de mis intocables, Cadena Perpetua

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    1. Cadena perpetua, creo que a vin milleiros de veces e non me canso. Pero creo que a miña intocable é Amelie jajajajajaja

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