martes, 23 de febrero de 2016

Ojos y dientes

 
 
 
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“No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante. Doña Rosa va y viene por entre las mesas del Café…”Tomó una caja de gaseosas por la ventana del almacén, amén de su pedido de membrillo. No dejó ni un real al mozo.

A las agujas del reloj les había dado por acariciarse con mimo en las alturas. Los dimes y diretes habían llevado hasta allí a un matón sin escrúpulos. Camiseta blanca de sisas, sudor en la calva. Los ojos encarnados. Preguntó por un fulano; Perico, uno de los habituales se apresuró a informarle. “En nada lo tiene aquí para leer el diario y tomar su café con gotas. Es un buen amigo. Aunque he de confesarle que no es mi mejor pareja de tute”. Y se acercó para seguir la conversación pero el pendenciero lo despachó con brusquedad para no perder contacto visual con la puerta de entrada.
Había bebido varias cervezas y estaba fuera de sí. Con la mano izquierda empuñaba algo que se escondía bajo sus vaqueros. Unas olivas como refacción. Sus huesos eran escupidos con indiferencia sobre el serrín del suelo.

Don Anselmo no se percató de que una mosca infeliz aterrizó en el interior viscoso de su taza de chocolate. El último vuelo. El tugurio se iluminó parcialmente. Un gato pardo, que no se había movido de entre las piernas del anciano, dejó erguir su cola. Un hombre desenvainó su cabeza de la capucha del abrigo. Era él. Rosa, con los codos bien hincados en el mostrador, no piensa pestañear. Se oyó el paso del afilador por las calles mugrientas.

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