viernes, 1 de noviembre de 2013

Un gallego por Palma

Junto a la estación intermodal de Plaza de España puedes picar un buñol autóctono, elaborado con harina y patata. La calle San Miquel, peatonal, comercial y salpicada de artistas,es mi favorita; sentado a los pies de la Iglesia Ortodoxa Rusa puedes analizar todo el espectro social. Sobre nuestras cabezas cuelgan lazos rosas para luchar contra el cáncer de mama; ¡El bicho será estrangulado! En la Plaza Major, rectangular, con paredes amarillas y persianas verdes, se reúnen coleccionistas de monedas y sellos. Bajada la escalinata una estatua de Chillida nos da la bienvenida a la Rambla, flanqueada por plataneras que no dan plátanos y se juntan en lo alto. Los mimos hacen su performance junto al estético edificio modernista del Marqués del Palmer. En la Plaza de Cort, la del Ayuntamiento, brota un histórico olivo, símbolo del arraigo al terruño.

Sacio el hambre en la calle Apuntadores. Me recomiendan el Pope, tributo al musculado marinero,donde me seduce un revuelto de huevos camperos con sobrasada y espinacas. Un locuaz tacero me dice que el mejor pescado que comió en su vida fue en Marín.

Baldosas con imágenes de caras con ojos sellados se extienden a lo largo del piso de La Lonja. Horror vacui, crítica a la obsesión estética, reflexión sobre la fugacidad…Una chica supervisa el número de visitas pero la entrada es libre.A su vera la Catedral, gótica con retablos barrocos. Accedo a quitarme la visera al entrar. Tiene la nave central más ancha del mundo, veinte metros, sólo abierta a los fieles en hora de culto. Afuera un chorro de optimismo en el Parc de la Mar donde poder observar las más poéticas nubes.

Me pego un chapuzón en Cala Major,con bandera azul y protegida de los vientos del norte;los socorristas aún tienen trabajo a mediados de octubre.Pendiente arriba, La Fundación Pilar i Joan Miró muestra un estudio,Son Boter, donde el catalán se desquitaba dibujando grafitos,a veces asociados a sus esculturas. El pintor tenía vínculos de sangre con Palma,volvió tras la invasión nazi de Francia y pasó aquí sus últimos días.En lo alto de la colina el Castillo de Bellver, de planta redonda, mira desde poniente toda la bahía.

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