jueves, 14 de noviembre de 2013

Contrarreloj Olímpica

Wiggins se cuelga el oro olímpico en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 (1-8-2012)

La crisis también ha manchado la Edad de Oro del deporte español. Sombras de antaño. Vuelven las pataletas, los arbitrajes controvertidos, la mala fortuna…La leyenda negra. Cuando desaparecieron los dedos del juez Luis León Sánchez se quedó anclado en plena rampa de salida. Un problema en la cadena desestabilizó su moral. Y suerte que su crisma no fuese a batir con el asfalto. Pincharía más tarde para firmar un guión de meigas. Sólo cinco ciclistas lo harían peor. Tranquilo, la memoria es selectiva. Los espectadores tenemos aún en la retina tu épica victoria pirenaica. Cuatro carcajadas en cinco años no están al alcance de cualquiera. Prometedor el expediente de Jonathan Castroviejo, quien a la espera de los favoritos fue líder a su paso por cada punto kilométrico;novena plaza en meta y un pergamino bajo el brazo.

¡Como ha mutado el ciclismo en cuatro años! A Cancellara nadie se atrevía a dejarlo fuera de las quinielas pero la caída de la prueba en ruta le ha mermado; acabó desfondado. Larsson, con su controvertido casco naranja, fuera plata y hoy se ha dejado la friolera de cuatro minutos en el camino. Leipheimer descansó; lógico, lo de Vinoukurov es inaudito para un humano de casi cuarenta años. Contador, a ocho segundos de la presea en 2008, cuenta los días para volver a la carretera. El pobre Samu hubo de claudicar por la caída que no le permitía siquiera frenar con su mano diestra. Evans, en franca decadencia, ha rechazado su plaza por encontrarse fuera de forma; dejó huérfano a Michael Rogers, sin bien el canguro mejoró su posición de Pekín.

Tony Martin, vigente campeón del mundo en la disciplina, se atrevió a desafiar a Wiggins desde el comienzo. Acabaría silbado por la hinchada por arrebatarle la plata a Froome. La grata sorpresa fue Taylor Phiney, pipiolo americano que viene de la pista. Poseído por las malas pulgas de Enrique VIII, el incontestable triunfador no mutaba su rostro de concentración ni dejó caer sus posaderas en el trono. Tardó en compartir su júbilo con sus súbditos. Era su obligación.

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