*Artículo publicado en La Región (13-X-2020)
Un canto negro con la flecha amarilla. Amuleto de protección ofrecido por el sacerdote de O Cebreiro.La piedra filosofal.El bus me vomitara en Piedrafita,a una hora a pie de las casillas oficiales. Espero a que el pulpo llegue a su cocción ideal. Las cuatro y media y hoy no tengo siesta. Se avecina una tormenta. Un malagueño que ya finiquitó su etapa, tan amable como el religioso,se sorprende de que inicie la ruta sin frontal. Me imagino bajando a la mina. Desde Fonfría el descenso es progresivo. Las botas para proteger los tobillos y el bordón que me regaló una cuneta fueron todo un acierto.Al anochecer apareció mansa Triacastela acunada entre el bosque.
El pelo rubio del maíz parece el peinado de la Barbie. El lobo me convenció de seguir el camino largo. Me lleva la corriente del Oribio hasta la belleza pétrea de Feijoo en Samos.
En Sarria dio su último aliento Alfonso IX. Los peregrinos a caballo no pueden rozar las herraduras en la Escalera de la Fuente. Paso a paso.Por momentos parece que estás solo en el mundo. Pero si paras a repostar en una terraza percibes que el goteo es continuo. Empieza la caravana. Se ven más familias. Dos madrileñas avanzan al ritmo que marcan sus canes. Una andaluza no se separa más de un metro de su amiga que lleva las dos rodillas muy tocadas. Llegarán.
Portomarín renació de sus lodos. Un ciclista me adelanta por la izquierda. Sólo da tiempo a un ¡Buen camino! Aprovecho el bastón para coger las moras más tiernas.Cada mojón es un lastre menos en la mochila. Un ventilador a favor. Más cerca de cortar Galicia como una naranja.
Tras tres días dejando cojo al cefalópodo en Melide ya me apetecía otra cosa. Tiene pecado. Libélulas azul cobalto bailan sobre el charco. Una encina escupe una bellota delante de mí. Me bañé bajo el Puente de Ribadiso aunque el agua no me llegase por encima de la cintura.
En Azabachería, por arte de magia, vuelvo a toparme con el malagueño que ya sabe lo que es cruzar la meta.Fresco como una rosa ya ha decidido continuar hasta Muxía. Ha sincronizado sus pasos con una devota valenciana. Me transmiten paz. Últimos metros. No hay dolor. Nunca el gaiteiro me había hecho palpitar. La banda sonora de una aventura, de un recuerdo inmortal.
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