Mar a la
vista! Pasada Barceloneta Colón maneja
el timón.El doble de crecido que su gemelo del Mediterráneo.Mira bien por
encima de la diadema a la dama de Nueva York. Ambos levantan el brazo derecho y
ríen menos que aquella mujer enigmática del Arno.
Avisan de
fuertes corrientes en la Poza del Obispo.Los niños pueden dar un
chapuzón en un laguito protegido por dos grandes rocas. Los adultos nos bañamos entre un oleaje en
remolino. Un banco de pezqueñines saltan sobre la superficie escapando
de su depredador.
No debe de
haber mucho turista español,pocos se me cruzan,porque a veces los taínos me confunden con un ciudadano
argentino. Y pensar que estos dominios pertenecieron a la Corona Española hasta
finales del 19, escrito así sin números romanos.
En la muy
leal Arecibo cuatro hombres intentan ganar al juego rey, el dominó. No siempre comienza el seis doble. Aquí no
hay mucha cultura futbolística. Tienen
más arraigo en la Isla del Encanto las peleas de gallos, deporte de
caballeros,que el Gobierno Federal quiere prohibir. Tardo poco en probar el
mofongo; mi favorito, el de carne angus. Un acompañamiento habitual son
los tostones, trozos aplastados de plátano frito. La banana, omnipresente
divinidad, puede estar hasta en la sopa.
Mi coche bebe
varios galones de gasolina.
Dirección a Hatillo,capital de
la industria lechera. Me abrigo de una tormenta en un chiringuito
de la Playa de Jobos. “Mar y Tierra” es churrasco con camarones. De
guarnición puré de patatas con verduritas.
Rincón mira a Punta Cana. El paraíso de los surfistas americanos, me recibe con un
aguacero.Poco resiste el paraguas más barato del colmado. Silva un coquí cuando escampa. Fusión de vacas y palmeras. ¡Qué postal! Los
cangrejos me tienen miedo y se esconden bajo las rocas. Las tijeras, con pico
blanco, ni se mojan para robar la carnaza de sábado con un giro de
cuello.
Se sorprenden
que pida la piña colada con poco hielo. Asoman una guinda y una rodaja de
ananás. Fresquita y deliciosa. Compro un aguacate a un agricultor. Tamaño
tropical, descomunal; sabor menos destacable. El Faro de Punta Higüera es
blanco, limpio y solitario. A su sombra
venden pulseras y colgantes.
Lo típico de Mayagüez es el brazo de gitano y la sangría. Alguno de los pedigüeños que merodean junto a la Catedral de Nuestra Señora
de la Candelaria es un poco agresivo. El Almirante, que fondeó aquí las diecisiete
naves de su segundo viaje, nos proteja.
El baile
estrella de los universitarios de Mayagüez es el tuerking,
con movimientos pélvicos rítmicos incluso agarrándose las rodillas. A las dos
cada uno para su casa y Dios a la de todos.
Esperaba más
de San Germán. En la ciudad de
las lomas no hay mucho ambiente. En el teatro son muy restrictivos. No
permiten ni goma de mascar. En mi afán de probar cosas nuevas solicito ñame, un tubérculo, con mi ensalada de
langosta. Subiendo unos veinticinco peldaños está El
Museo Religioso de Porta Coeli; hace cuatrocientos años los dominicos ya
impartían allí clases a los niños.
Voy sin
tiempo para ver la Bahía luminiscente de la Parguera. Fuegos artificiales de la
mar. Acabo en la árida Caña Gorda. Tránsito cortado al final
de una carretera protegida por cactus.
Cuando te acercas a zonas de costa hay inquietantes señales de “Peligro
Tsunamis”. Hace tan solo 2 años que el Huracán María asoló la isla. En unas 36 horas cercenó las vidas de unas
3000 personas. Cifras que, hay que subrayarlo, son casi idénticas a las del
11S. Los más optimistas comentan en la
radio que esta desgracia ha servido para limpiar la flora y rejuvenecer la
estética paisajística.
El Parque de bombas de
Ponce luce los colores del Milán
y una fecha de fundación muy próxima. Curioso que el inmueble de los bomberos
sea de madera. Nada más crearse fueron vitales para sofocar el incendio de un
polvorín.
Desde la Ciudad de las Quenepas parten
excursiones en bote hacia Caja de
Muertos. Me aconsejan cenar en el Paseo Tablado La Guancha.Los chiringuitos,aquí conocidos como kioskos compiten por ver quien pone la
música más alta.Acompaño mi sopa de pescado con yuca frita. Regreso cuando la
noche ya ha caído y la carretera está entre tinieblas. Sin estrellas las únicas luces son los
semáforos.
A 4000 millas
de Madrid está Salinas, cuna del
mojo isleño. En agenda de la iglesia evangélica reservan una hora para el
estudio de las Sagradas Escrituras. Los eólicos miran para Polita´s Beach.
El fondo marino tiene mucha alga; adentro es más verdoso. La avena es
gris. Hormigas disciplinadas, todo un
ejército de Xian, acaban mi sorbete de cacahuete.
Llego a San Juan,ciudad con más enjundia de la
más menuda de las Antillas Mayores. En la Calle Loíza cualquiera, independientemente
de sus recursos, puede llevarse un libro gratis de unos anaqueles al aire
libre. Me agencio uno de historia. Cuanto más te alejas de Isla Verde las
pintadas decrecen.Pero todavía no han borrado las críticas a Ricky. Ya se ven
los uniformes verdes del Colegio de Saint John por la Avenida Ashford. El curso
escolar arrancó ya a mediados de agosto.
Si sales de
noche en la discoteca del hotel La
Concha es de recibo seguir un protocolo de vestimenta. Pero hay
sesiones de dj y no hay que abonar por la entrada.
Escogí un mal
momento para ir a la afamada Placita del
Mercado de Santurce. Sólo hay palomas y puestos de frutas. Los miércoles a
partir de las dos de la tarde hay libre entrada al Museo de Arte de Puerto
Rico. Aparentemente simple pero me complace el bodegón cubista del huevo
frito con aguacates. El
cuarto de Vitín es la habitación de
Arlés a la americana.Se palpa el sudor. Con su pitillo, un imprescindible
ventilador, estampas religiosas y las fotos de chicas en bikini. El
asalto habla de una violencia que en la calle no percibí; esta obra de José
Rosa Castellanos me recordó a una del MOMA donde la crueldad es más colorista,
racial y sanguinaria.
Recibo dos
recomendaciones para ir a a degustar el buffet brasileño del Centro de
Convenciones. Venzo el último tramo de la Baldorioty Castro, bautizada en honor
de un boricua que porfió por una mayor autonomía de Puerto Rico. Las ensaladas,
fiambres y quesos son variados y coloristas. Devoro carne, servida desde un
pincho, hasta que no me entra más. La calidad no es suprema, el precio sí. Y la
insistencia del mesero en la propina es
desproporcionada. Piden sin pudor hasta el veinte por ciento. En todos los
baños de los negocios recuerdan que sus empleados deben cumplir con el
protocolo de higiene antes de regresar al trabajo.
Los
balnearios de aquí no son como los húngaros. Porque son de arena y agua salada.
El de Escambrón es la única playa de mi viaje por la antigua Boriquén
que está hasta los topes.Contrastes. Camino en soledad por la Puerta de Tierra sin encontrar muchos alicientes.
San Cristóbal llegó a ser la fortificación europea más grande de
América. Cuentan leyendas y desapariciones sobre la Garita del Diablo, un
bombín hierático y pétreo en un vértice que apunta al mar. Son marca de la casa
sus túneles para escabullirse del enemigo. No se permitía el tránsito de
animales porque sabían de la importancia, vital en suelo insular, de tener agua
limpia conservada en los pozos. Desde lo
alto se aprecia bien la cúpula neoclásica del Capitolio.
Siguiendo por
la zona septentrional del Viejo San Juan llegamos a La Perla.El barrio está enjaulado entre las murallas, el Atlántico
azul y el cementerio Santa María Magdalena de Pazzis. Luis Fonsi abrió todas
las puertas. Su pista de basket pide una pachanga.
Parada
obligada en el mercado artesano del Paseo de la Princesa. Ninguna de
aquellas originales viseras se adapta a mi cabeza. Bailan salsa los que suman
más años y menos vergüenza. Combato a Lorenzo con una piragua de pacha, que en tierras quijotescas conocemos como
granizado de maracuyá.
El Museo de las Américas hace un recorrido
por el folklore e historia del Nuevo Continente. Allí me cuentan la vida
subversiva de Lolita Lebrón.
El Castillo
San Felipe era antes un promontorio con cañones. Luego evolucionó hasta
alcanzar seis niveles. Izadas tres banderas, la del Estado Libre Asociado de
Puerto Rico, USA y la de la Borgoña, que adoptó nuestro Felipe el Hermoso en
honor a su madre. Los mismos vientos que
mecen los estandartes agitan las
chiringas de los niños en los predios de El Morro. Hemos venido a jugar.
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