viernes, 27 de octubre de 2017

La Transición en Galicia

*Conferencia de la fotoperiodista Anna Turbau en la Facultad de Historia (24-10-2017)
*Con exposición en el Colegio de Fonseca hasta el 10 de diciembre


   Estudió en un colegio de monjas.“Nos hacían inútiles,sólo podías ser lo que ellas querían. Si mirabas a un chico era pecado. Por ellas no fui a la Universidad”.  Se formó en diseño gráfico.

   Al morir el Generalísimo “tomé champagne como todo Dios. Lo viví con temor”. “En mi familia hay un silencio durísimo por la represión. Hay que romper con eso, dignificarlo”.

   Abandonó Cataluña. Llegó a Poio en el 75 para hacer fotos de un poblado gitano que había construido César Portela. Nació una bonita amistad. También fue destinado aquí Lorenzo Soler,documentalista con el que se casaría.Había las problemáticas de las autopistas y los montes comunales.  No había compensaciones económicas y se generó una gran respuesta popular. Quedó perpleja con la participación asamblearia. Consiguió mudar el estereotipo “penoso”que se tenía de Galicia.“Aquí me sentía libre y feliz.Las cosas me cuadraban en política e ideología”. 

   Trabajó de freelance. “Sobre todo para Interviú, algo para El País y gente de izquierdas”. Había eclosión de los medios que antes estuvieran supercontrolados. Surgieron muchas revistas amarillistas que tenían una parte seria.“Todos éramos autodidactas, a partir de la rabia”. Revelaba en la cocina. “Con las fotos me buscaba a mí misma. Encontré mi propio lenguaje”.
   Era la única mujer que había. Estaba muy expuesta.  “Yo no tenía el brazalete amarillo del sindicato vertical y como no me aportaron carnet en Interviú me hice uno falso”.

   Había una estructura caciquil que lo mantenía todo en orden. Y supervivencia bajo mínimos.  Aunque todos tenían su porción de tierra y podían plantar unas patatas. “Estudiantes combativos pero desmadrados”.Empezaron a surgir partidos independentistas. El comunista Luis Soto, “hombre león”, era, con Díaz Pardo,el que dinamizaba el mundo cultural.
   “Las guerrilleras gallegas, a veces con un hijo en brazos, iban con toquilla y paraguas; los grises no se atrevían a tocarlas.Daban orujo a los niños para tranquilizarlos. Sus maridos habían sido fusilados, emigrados o pescaban en El Gran Sol”. Algunas féminas que retrató parecen caricaturas de Castelao.“Me sorprendieron las mariscadoras.Le pegaban palos a la Guardia Civil”.
   “No le perdonaré ni a la policía,pegaban donde no tenía que pegar,ni a los curas ni a las monjas”.  Una vez en Cecebre había un piquete y una decena de furgonetas policiales. Uno de los agentes le quiso confiscar la cámara. Y ella, todo coraje, le dijo que sólo a cambio de su arma. Uno bromeaba diciéndole que tenía que casarse con ella para poder recluirla en la cocina. Otro día le apuntaron a su Seiscientos delante del Derby, café donde se reunían los periodistas. La Secreta los investigaba y alguno de sus compañeros acabó torturado y con penas de cárcel.

   También apostó por una mirada antropológica.  Como en el Carnaval. “Lloré mucho haciendo las fotos de Conxo”. Retrata el alma de los internos. Se puede respirar la humedad.

   No todo es trabajar. Las romerías de la Transición no se parecían a las de ahora; eran auténticas, ahora son folclóricas.“Dejaba la cámara y me lo pasaba bien. Por un día de fiesta te nutrías de alegría durante un año”. Estuvo en la celebración por los cien años del Restaurante Asesino en 1977. También gozó, aunque “tenía poca pasta” de la Discoteca Johakin, actual Ruta.
   “La sociedad actual se ha vuelto represiva; se autocensura. Entro en cabreo permanente. Ahora te prohíben fotografiar a niños cuando las mejores fotos de la historia son con ellos”.


   Sufrió censuras. “Esperaré el tiempo que haga falta”,pensó.Ahora donó su trabajo al Consello da Cultura Galega. Hoy, con 68 inviernos, vive en un pueblo de Soria de diez habitantes. Tiene problemas de movilidad pero su cámara no se ha jubilado. “Soy una mujer de recursos”.

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