*Conferencia de la fotoperiodista Anna Turbau en la Facultad de Historia (24-10-2017)
*Con exposición en el Colegio de Fonseca hasta el 10 de diciembre
Estudió en un
colegio de monjas.“Nos hacían inútiles,sólo podías ser lo que ellas querían. Si
mirabas a un chico era pecado. Por ellas no fui a la Universidad”. Se formó en diseño gráfico.
Al morir el
Generalísimo “tomé champagne como todo Dios. Lo viví con temor”. “En mi
familia hay un silencio durísimo por la represión. Hay que romper con eso,
dignificarlo”.
Abandonó Cataluña.
Llegó a Poio en el 75 para hacer fotos de un poblado gitano que había
construido César Portela. Nació una bonita amistad. También fue destinado aquí
Lorenzo Soler,documentalista con el que se casaría.Había las problemáticas de
las autopistas y los montes comunales.
No había compensaciones económicas y se generó una gran respuesta
popular. Quedó perpleja con la participación asamblearia. Consiguió mudar el
estereotipo “penoso”que se tenía de Galicia.“Aquí me sentía libre y feliz.Las
cosas me cuadraban en política e ideología”.
Trabajó de freelance. “Sobre todo para Interviú,
algo para El País y gente de izquierdas”.
Había eclosión de los medios que antes estuvieran supercontrolados. Surgieron
muchas revistas amarillistas que tenían una parte seria.“Todos éramos
autodidactas, a partir de la rabia”. Revelaba en la cocina. “Con las fotos me
buscaba a mí misma. Encontré mi propio lenguaje”.
Era la única mujer
que había. Estaba muy expuesta. “Yo no
tenía el brazalete amarillo del sindicato vertical y como no me aportaron
carnet en Interviú me hice uno falso”.
Había una
estructura caciquil que lo mantenía todo en orden. Y supervivencia bajo
mínimos. Aunque todos tenían su porción
de tierra y podían plantar unas patatas. “Estudiantes combativos pero
desmadrados”.Empezaron a surgir partidos independentistas. El comunista Luis
Soto, “hombre león”, era, con Díaz Pardo,el que dinamizaba el mundo cultural.
“Las guerrilleras
gallegas, a veces con un hijo en brazos, iban con toquilla y paraguas; los
grises no se atrevían a tocarlas.Daban orujo a los niños para tranquilizarlos.
Sus maridos habían sido fusilados, emigrados o pescaban en El Gran Sol”.
Algunas féminas que retrató parecen caricaturas de Castelao.“Me sorprendieron
las mariscadoras.Le pegaban palos a la Guardia Civil”.
“No le perdonaré ni
a la policía,pegaban donde no tenía que pegar,ni a los curas ni a las
monjas”. Una vez en Cecebre había un
piquete y una decena de furgonetas policiales. Uno de los agentes le quiso
confiscar la cámara. Y ella, todo coraje, le dijo que sólo a cambio de su arma.
Uno bromeaba diciéndole que tenía que
casarse con ella para poder recluirla en la cocina. Otro día le apuntaron a su Seiscientos delante del Derby, café donde se reunían los
periodistas. La Secreta los investigaba y alguno de sus compañeros acabó
torturado y con penas de cárcel.
También apostó por
una mirada antropológica. Como en el
Carnaval. “Lloré mucho haciendo las fotos de Conxo”. Retrata el alma de los
internos. Se puede respirar la humedad.
No todo es
trabajar. Las romerías de la Transición no se parecían a las de ahora; eran
auténticas, ahora son folclóricas.“Dejaba la cámara y me lo pasaba bien. Por
un día de fiesta te nutrías de alegría durante un año”. Estuvo en la
celebración por los cien años del Restaurante Asesino en 1977. También gozó,
aunque “tenía poca pasta” de la Discoteca Johakin, actual Ruta.
“La sociedad actual
se ha vuelto represiva; se autocensura. Entro en cabreo permanente. Ahora te
prohíben fotografiar a niños cuando las mejores fotos de la historia son con
ellos”.
Sufrió censuras. “Esperaré
el tiempo que haga falta”,pensó.Ahora donó su trabajo al Consello da Cultura
Galega. Hoy, con 68 inviernos, vive en un pueblo de Soria de diez habitantes.
Tiene problemas de movilidad pero su cámara no se ha jubilado. “Soy una mujer
de recursos”.
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