La ciudad respira
mil historias. Un destino único para todo fan de Jim Morrison que quiera dejar
unas flores, o un cigarrillo tal vez, en su lápida de Pere Lachaise. Un hervidero de turistas desorientados que buscan
una ya derruida prisión de la Bastilla.
Un paraje donde las bicis de alquiler dan un aire romántico a la noche. Si ya
no queda hueco en las paredes para esbozar un graffiti pues rotulan una furgoneta ajena y así el arte es vivo y móvil.
Me alojo en las
inmediaciones de Gare du Nord.
Cuando cae la noche se apelotonan muchos sin techo; duermen junto a sus escasas
pertenencias, nada muy distinto de lo que haré yo el domingo en el aeropuerto.
Mi primera visita
fue a Notre Dame, por ello es el
kilómetro cero de las carretera francesas. Ornamentados arbotantes sujetan el
muro y el tejado. En muchas de las iglesias había paneles anunciativos donde se
recordaba a los fieles la futura visita del Papa Benedicto.
Cuando saludo al
Sena veo que en uno de los barcos hay una fiesta de disfraces. Llego a una
preciosa callejuela repleta de casas de comidas. En los griegos rompen un plato
por cada cliente nuevo que se atreva a entrar. Las viandas, no cabe duda,
siempre van decoradas y perfumadas.
No hay lugar en
París a más de medio metro de una estación de metro.El aire es cálido. Se
mezclan los olores de todas las razas.
El Estadio de
Francia, de estructura futurista, será recordado porque se construyó ex proceso
para el Mundial 98. Saint Denis es el Santo Patrón de Francia y primer
obispo de París. Un evangelizador de la
Galia en el siglo II que, por negarse a adorar a dioses paganos, fue
martirizado y decapitado en Montmartre; lo sobrenatural es que luego anduvo
varios kilómetros portando su propia cabeza hasta que se desplomó.
Nunca vi tantos
zapatos juntos como en el mercadillo de
Clignancourt; a un tendero le suena mi ciudad, Sant Jacques, pues allí
cerca fue lo de aquel petrolero de hace algunos años.Muy cerca, los trileros
dan ganancia segura a tipos con sus mismas facciones. Logran timar a algún
turista.
La Plaza de la
Concordia recibió ese nombre para intentar borrar uno de los pasajes más
negros de la historia del país. Fue aquí donde fueron guillotinados casi un
millar y medio de personas en el Período del Terror, entre ellas Luis XIV y
María Antonieta.Seis meses después rodaron las cabezas de líderes
revolucionarios como Danton o Robespierre. Hoy lo que la gente se encuentra es
un señor obelisco de 3300 años de antigüedad.
Napoleón corona la
estatua de la Plaza Vendome con una apariencia casi romana.Para la construcción
de la columna se emplearon más de un millar de cañones que el corso requisó en
la Batalla de Austerlizt.
Pigalle y Clichy están copados de
locales que ofrecen shows en directo por 20€. Intentan captar al viandante y
pica la curiosidad. ¿Qué habrá tras las cortinas? Sobreviven los Cines X cuando
aquí hace décadas que se fueron l tacho. Dejo pendiente el museo del erotismo.
A los coches de mirones no les importa que estas calles se formen nutridas colas.
Un pub muestra en un cartel que ya han acabado su hora feliz “de cuatro a nueve”. Quizá España deba adaptarse
al horario diurno que profesa el resto del continente para sacar más jugo al
ciclo solar.La gente más chic es la que agolpa en el Moulin Rouge, epicentro del Barrio Rojo del que quedó en su día prendado
Toulousse Lautrec. Más de cien euros por
una cena, media botella de champagne espumoso y un espectáculo de can can a
cargo de bailarinas que dejan ver sus pantorrillas bajo trajes de plumas y
lentejuelas. Será el más afamado pero no es el cabaret más longevo Le Chair Noir, El Gato Negro, que
presumía antaño de no admitir curas ni militares, se le anticipó en ocho años.
Montparnasse es un barrio ubicado bajo
la sombra de una torre que destaca menos por la belleza de sus formas que por
sus más de 200 metros de altura. Se convirtió en uno de los edificios habitados
más altos de Europa.Ya no quedan muchos vestigios del pasado bohemio. La gente
se entretiene con la variopinta oferta de creperies; las de nutella tienen
mucho éxito. A veinte metros de profundidad están las afamadas catacumbas.
Originariamente eran unmacabro osario ante el desbordamiento de los cementerios
parisinos en el siglo XVIII. Estos pasadizos fueron empleados en tiempo de la
Resistencia. Producen pavor los tétricos epitafios en latín y las paredes
erguidas a base de cráneos y huesos largos.
No me traje un
souvenir de la Torre Eiffel en la
mano a la llegada a Santiago. Hoy es el monumento más visitado del mundo, seis
amillones al año, pero en sus orígenes tuvo una fuerte oposición de la élite
literaria y artística de París. ¿Sabían que sería demolida de no convertirse en
la plataforma ideal para las antenas de radio?
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