domingo, 24 de julio de 2016

La guinda de París

Montmartre. El Barrio con más personalidad de la Ciudad de la Luz

   Por lo primero que me preguntó mi abuelo Luis, culto e ilustrado, fue por la colina de Montmartre. Se puede subir a lo más alto en un romántico funicular pero me ahorré la experiencia y quemé calorías en las escaleras adyacentes.

   Siempre hay algún arenal para una partida de petanca. Niñas juegan al fresquito junto al puesto de papá. . ¡ Qué vistosos son en Paríslos escaparates que almacenan con mimo frutas de todas las formas y colores! Quizá en el Café des Deux Moulins pueda atendernos una linda francesita de cara merengada a la que llaman Amélie.

   El cerro de Montmartre, a unos 130 metros de altura, no perteneció a París hasta 1860 convirtiéndose en el distrito dieciocho.  Antes era un lugar bucólico de viñedos, pastos y trigales donde vivían muchos artesanos. Y de sus canteras se obtenía yeso de calidad. Llegó a haber unos treinta molinos que molián trigo, cebolla… Los pocos que sobrevivieron se adaptaron a los tiempos y se transformaron en cabarets, así ocurrió con el Moulin de la Gallete que pintó Renoir. El barrio tuvo la fortuna de no sufrir la reforma urbanística que Haussmann realizó a mediados del XIX. Así, conservó su aroma especial de callejuelas pequeñas, empinadas y empedradas. Me dieron pronto el aviso.  “ Cuidado con los excrementos de perro”.

   Es lugar de historias, mitos y leyendas. Se asoma a la Rue de Lepic la ventana de la casa de Theo. Os sonará más por ser el hermano, y principal apoyo anímico de Vincent Van Gogh con el que convivió allí dos años. De una pared surge una figura humana. No se asusten ; se trata de un recuerdo de una novela fantástica de Marcel Ayme, El Atrapamuros.  


   En otra plaza hay un busto de mujer, Yolanda Gigliotti, a la que llaman Dalida. Fue una atractiva cantante y actriz egipcia que alcanzó gran popularidad en Francia pero acabaría suicidándose hace casi treinta años tras no haber alcanzado la estabilidad en el amor. El Lapin Agile fue visitado por artistas, poetas y pintores de renombre.Picasso tenía la suerte de que le fiasen hasta fin de mes porque hasta entonces  no cobraba por sus cuadros. Un caricaturista se promociona en Place du Terre con un autorretrato bajo el brazo como ejemplo de su valía. Con el otro sostiene un paraguas que lo refugia de la lluvia.



   La guinda de este dulce pastel es la Basílica del Sagrado Corazón. Esta es su historia. Francia venía en 1871 de la guerra contra Prusia y de la rebelión de la Comuna que acaba con el fusilamiento de muchos de los líderes en Montmartre. Para más inri las relaciones con la Santa Sede estaban deterioradas. Se empieza a creer que estas desgracias son un castigo de Dios por lo que deciden alzar un templo para suplicar el perdón. La construcción se hizo gracias al dinero obtenido en una colecta por toda Francia; muchos dejaron de ser anónimos al grabarse su nombre en la piedra. También hubo ayuda directa del gobierno francés de la Tercera República.

   El arquitecto fue Abadie aunque muere mucho antes de que , en tiempos de la I Guerra, su proyecto quede finalizado. El estilo ecléctico. Una cúpula de aspecto orientalizante, arcos clásicos y gárgolas góticas. Incluso en su interior hay un enorme mosaico que recuerda a los bizantinos. Pero, sin duda, lo que más me entusiasmó de esa mole es que está construida de un mármol especial que al contacto con la lluvia no se deteriora sino que hace aún más vivo su brillo.

   Desde aquí diviso con claridad, aunque está muy lejos, la cúpula dorada de Los Inválidos. Se llamó así porque en tiempos de Luis XIV albergó a maltrechos veteranos de guerra. Allí ahora, además del Museo del Ejército, lo más curioso es la tumba de Napoleón. Sus restos mortales se repatriaron en 1840 cuando gobernaba Luis Felipe de Orleáns. Fue enterrado al estilo matriouska, es decir, los seis ataúdes se encajan los unos en los otros.



   Cuando cae la noche en las escalinatas del Sacre Coeur asan maíz, tocan la guitarra o hacen botellón. Ya se ha marchado el que hacía malabarismos con el balón en una tarima de apenas un metro de ancho.

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