*Conferencia de Luis Iglesias Feijoo
en la Fundación Camilo José Cela
por el centenario del nacimiento
del Nobel gallego (11-5- 2016)
“Estoy por comprar
una entrada para que me la enseñen”. Bromeaba Camilo José Cela Conde bajo el
umbral de la puerta de entrada de la Fundación de su padre tras la ofrenda
floral.
Luis Iglesias
Feijoo, patrono de la Institución, nos abrió el apetito y sirvió de acicate
para leer algunas páginas del Nobel que no hubiéramos visitado todavía. Sin
ruegos ni preguntas.
Desde su juventud
mostró interés por los versos. Su “innegable tono lírico”, propio de los
poetas,se encuentra toda su obra. Ya ocurría en Valle Inclán al que el de Iria
mostró aprecio. En 1996 reunió toda su poesía en un libro con un estudio
preliminar de José Ángel Valente.
Siempre recibió
críticas furibundas. Pascual Duarte
fue tachado de “inframundo inhumano tremendista”. Pabellón de Reposo carecía de acción e intriga. El
Lazarillo, una nueva vuelta de tuerca a la picaresca. La crítica no
entendía que La Colmena no siguiese
el tradicional proceso de exposición, nudo y desenlace. La Catira no lograra captar el lenguaje de Venezuela. San Camilo 1936, ambientado en la Guerra
Civil, no gustó a la mayoría pero cuando publicó Oficio de Tinieblas 5 ya preferían la anterior. Desagradó Mazurca para dos muertos, emparentada
con la música, que hoy para muchos está entre las tres mejores obras de Cela. El asesinato de un perdedor, que habla
de la indeterminación que rige la ficción, no fue muy atendido. La cruz de San Andrés sólo se recuerda
por un pleito por plagio.
La sociedad se
mueve lentamente en sus gustos. “Y Cela nunca se vendió al éxito fácil de aplicar una fórmula ya existente”.
Experimentos y desafíos. Aplicó la máxima de que el que resiste gana. “El
triunfo es una larga paciencia”. No claudicó. Ya en 1953 ironizó con que “la
novela es todo libro bajo cuyo título se pone la palabra novela”.
Decían que se
burlaba de sus personajes, que eran marionetas, estampas de esperpento. “Eran
peleles para hacer reír; no le podemos pedir que sean Aristóteles o Séneca.”
En sus libros de
viajes demostró que la tierra española estaba dispuesta a ser retratada para
quien quiera gastar un par de zapatos.
Dos libros de memorias. Memorias, entendimientos y voluntades
desilusionó a muchos que esperaban que continuase el tono lírico de La rosa, escrito más de tres décadas
antes.
También abordó los
cuentos, ensayos y apuntes carpetovetónicos. Y un teatro nada convencional y
cercano a la ópera. Incluso adaptó La resistible ascensión de
Arturo Ui, de Bertolt Brecht. Se volcó en diseñar
diccionarios secretos y uno geográfico que quedó inacabado. Preparó ediciones
de El Quijote. Impulsó la Editorial
Alfaguara. Estuvo al frente de Son Armadans, revista en la que vigiló cada
línea.
El hombre que se acordó del pintor Solana en su discurso de entrada a la Real Academia aglutinó la obra de un gigante. La
inspiración venía tras horas de trabajo. Una soledad creadora.
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