lunes, 28 de marzo de 2016

Mirando al canal


Un recorrido turístico por Narbona

   Estamos en el País Cátaro. A treinta y tres minutos en tren de Carcasona. Poso los bártulos en la pensión que está a un palmo de la estación. El responsable trabaja parsimonioso. Es parco en palabras. No es feliz. Mi habitación, decorada sin gusto, tiene bidé y teléfono de rueda.

   Las casas de planta baja se protegen con alambradas. Las gárgolas de la Catedral de San Justo y San Pastor las gárgolas infunden terror gótico. En su interior pasa casi desapercibida una virgen negra.

   A pesar de ser el fin de hasta siete calles la Plaza del Foro está congelada en la inactividad. Para continuar la ambientación romana allí cerca, Rue Droite, hay una estatua de los sedientos Rómulo y Remo. Esa arteria muere en el Palacio de los Arzobispos. Bien visibles las banderas de Europa, Francia y de Occitania; nadie me sabe explicar si esos doce puntitos aluden a los doce apóstoles o a las tribus de Israel.  La plaza es ideal para tomar un vermú.  Hoy hay concentración de ciclistas. A apenas una docena de peldaños un tramito de la Vía Domitia, calzada que unía Italia con España en el II a. C. Los niños juegan inconscientes. Todo esto en una localidad que goza de unas galerías subterráneas romanas del siglo primero llamadas horreum.

   En las Ramblas  “Les Barques” montan los domingos un mercadillo de ropa. A la sombra de plataneras centenarias no faltan las terrazas. Hoy muchos aficionados sufren por los avatares de su selección de rugby.

   El Puente de los Marchantes une el centro con el barrio de Bourg.  Originalmente tenía siete arcos. A diferencia del afamado Ponte Vecchio aquí transitas por él sin percatarte. Has de verlo en perspectiva. Realmente solo dos edificios están suspendidos.  Al paseo de la otra orilla del Canal de la Robine, extensión independiente del río Aude,  se le conoce como Cours Mirabeau. Allí plantaron un Monumento a los caídos en las dos Guerras Mundiales.   La historia nació con el objeto de que no se repita lo evitable. Muy próxima la imponente fachada del Mercado de las Halles.
 
   Toca cena. Me la merezco. La joven camarera no fue a una clase de inglés.  Chauvinismo. Señalo con el dedo en la carta.Y disfruto mi filete de dorada con pesto, al que llaman ratatuille, salsa de tomate, nata y limón.  De postre un espumoso coulant de chocolate. Aún late su corazón de mermelada.  No hablo con la boca llena.


 

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