Un recorrido turístico por Narbona
Estamos en el País
Cátaro. A treinta y tres minutos en tren de Carcasona. Poso los bártulos en la
pensión que está a un palmo de la estación. El responsable trabaja
parsimonioso. Es parco en palabras. No es feliz. Mi habitación, decorada sin
gusto, tiene bidé y teléfono de rueda.
Las casas de planta
baja se protegen con alambradas. Las gárgolas de la Catedral de San Justo y San Pastor las
gárgolas infunden terror gótico. En su interior pasa casi desapercibida una
virgen negra.
A pesar de ser el
fin de hasta siete calles la Plaza del Foro está congelada en la inactividad.
Para continuar la ambientación romana allí cerca, Rue Droite, hay una estatua
de los sedientos Rómulo y Remo. Esa arteria muere en el Palacio de los
Arzobispos. Bien visibles las banderas de Europa, Francia y de Occitania; nadie
me sabe explicar si esos doce puntitos aluden a los doce apóstoles o a las
tribus de Israel. La plaza es ideal para
tomar un vermú. Hoy hay concentración de
ciclistas. A apenas una docena de peldaños un tramito de la Vía Domitia,
calzada que unía Italia con España en el II a. C. Los niños juegan
inconscientes. Todo esto en una localidad que goza de unas galerías subterráneas
romanas del siglo primero llamadas horreum.
En las Ramblas “Les Barques” montan los domingos un
mercadillo de ropa. A la sombra de plataneras centenarias no faltan las
terrazas. Hoy muchos aficionados sufren por los avatares de su selección de rugby.
El Puente de los
Marchantes une el centro con el
barrio de Bourg. Originalmente tenía
siete arcos. A diferencia del afamado Ponte Vecchio aquí
transitas por él sin percatarte. Has de verlo en perspectiva. Realmente solo
dos edificios están suspendidos. Al
paseo de la otra orilla del Canal de la Robine, extensión independiente del río
Aude, se le conoce como Cours Mirabeau. Allí plantaron un Monumento a los caídos en las dos Guerras Mundiales. La historia nació con el objeto de que no se
repita lo evitable. Muy próxima la imponente fachada del Mercado de las Halles.
Toca cena. Me la
merezco. La joven camarera no fue a una clase de inglés. Chauvinismo. Señalo con el dedo en la carta.Y
disfruto mi filete de dorada con pesto, al que llaman ratatuille, salsa de
tomate, nata y limón. De postre un
espumoso coulant de chocolate. Aún late su corazón de mermelada. No hablo con la boca llena.
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