Nueve horas entre
las nubes. Beso el cemento como el Papa. Me obligan a pasar por el carril de los delincuentes por llevar
100 g de jamón al vacío. Tampoco se acepta la manzana. Busco mi alojamiento bajo una tormenta de
agua caliente. Andy Dufresne y el precio de la libertad.
En un primer paseo
deduzco que aquí se leería más La
Gitanilla que el Rey Lear. Medio milenio desde que posara sus huellas
Ponce de León. Pugna con Toronto por ser
la urbe con más población extranjera de todo el planeta. Mayoría latina en las
ventanas de esta Torre de Babel. Plató abierto de las recordadas El Padrino II,Scarface y Algo pasa con Mary o Ace Ventura. Solo es convencional por
seguir la moda yankee general de macrofarmacias y licorerías clásicas.
El Benidorm del
Atlántico está encajonado contra el mar en el sur del Estado de Florida. Como
si una alambrada rectilínea enjaulase a los humanos para proteger al resto de
seres que viven en estado de albedrío en los humedades del Everglades. Me quedo mejor entre rejas que no conozco los
códigos de los aligátores.
Miro al vacío como
cuando esperas descubrir que se esconde al fondo del pozo.Ese vértigo es
similar a cuando se acaba la cola de media hora en el parque de atracciones.
Monto en el Metromover, un único vagón y sin piloto,que recorre el centro sin
cabalgar a velocidad de vértigo. Saco de la mochila la bufanda de lana para
empatar con el aire acondicionado. Tiene el mismo precio que los trolleys,ninguno.
Pero es necesario adquirir un bono conjunto de metrorrail y bus, 29 dólares por
semana, pues las distancias urbanas son considerables entre los diseminados
puntos de interés. ¡Y no digamos si
quieres acercarte al Hard Rock Stadium!
No todos los bichos
están enclaustrados en Jungle Island. Los guarismos de temperatura, no bajan de
25 grados en las noches de verano, y humedad favorecen la proliferación de
animales exóticos. Reptan las Lagartijas, campan las gallinas por el downtown y las cucarachas son menos
veloces que una pisada. No me acerco a una iguana con la cola tan larga como
una de mis piernas. Por si fuese poco
tenemos marlines en el béisbol y delfines en el fútbol americano.
No hay rastro de turistas en Little Haiti. Como en un bahameño muy
hogareño. Descarto la tilapia por desconocimiento. Croquetas de salmón y sémola
con mantequilla.
Wynwood nació para fardar en Instagram. Boutiques
pijas entre galerías de arte. Oleadas de visitantes vienen a contemplar los
murales. Pero el barrio muda su piel a menudo pues su arte es efímero. No me
sentí solo. Lincoln pidiendo el adiós a las armas, Luther King, Lennon, Marlon
Brando encarnando a Vito Corleone y un Bob Sponja al que le haría falta una
ortodoncia.
En Little Habana viven los cubanos de la
diáspora. Tabaqueros enrollan habanos, otros matan el tiempo compitiendo al
dominó. Los testigos de Jehová me presentan su mensaje. Las estatuas con forma
de gallo simbolizan dinero y prosperidad. Arde la llama por “los mártires de la
brigada de asalto”, cubanos que pretendieron invadir la Bahía de Cochinos en
1961. Para quitar hierro,a su espalda hay un busto de Manolo Fernández,el
caballero del tango. El Restaurante Versailles tiene su sección pastelera muy
al gusto de los portugueses. Mi parrillada de mariscos flota en una salsa de
tomate y pimiento. Eventos y baile a diario en el Ball and Chain.
Tras una
recomendación casual me subo al autobús número 11. Los coches no llevan
matrícula delante y atrás adornada con unas naranjas. El conductor
nicaragüense es educadísimo. Bendice y da cariño a todos sus clientes. Hasta
tiene valor para hacer una parada a mayores para dialogar con un perturbado que
difama de los “indios”. Tres cuartos de hora después ya estoy llenando dos
platos en el Uptown Buffet. Insisten en la propina y me mantengo firme.
Un gigante con pies
de plomo. Un caracol. Un niño apoyado en muletas se desplaza, entre sollozos,
con una mochila en forma de casa. Representa a los muchos menores que viajaron
desde Cuba tras la Revolución del 59. Se dirige a la Torre de la Libertad, una construcción con mucho aroma a la isla
que recuerda o imita a la Giralda de Híspalis. Cobija un museo en las entrañas.
Se convierte en un fósforo cuando apagan la luz.
Sobre el techo del
American Airlines Arena, sede del Miami Heat, no podría haber más dibujo que un
avión. El Mercado de Bayside tiene
unas 100 tiendas y 10 restaurantes. A comer unas gambas en el Bubba Gump y
sumergirse en un mundo de fantasía melosa de Disney. Un puesto retro de
videojuegos para quedar con dos amigos de infancia, Pacman y Super Mario.
Cerca de la
desembocadura del río Miami,alguien no se estrujó la cabeza , crece la hierba
del Bayfront Park. Con un anfiteatro
con capacidad para 10.000 personas,es lugar de celebraciones como el Día de la
Independencia y de Año Nuevo. Hay un
memorial, apenas una metáfora del humo,
que reza por las siete víctimas de la explosión del Transbordador
Espacial Challenger en 1986.
Para que no rompas
tu mapa de la frustración te daré un consejo de supervivencia. Las avenidas del
Downtown,por norma general,corren de norte a sur empezando la numeración en el mar.
Las calles van de este a oeste actuando Flagger como Ecuador o calle cero.Al no
haber negativos, ayudaría bastante, se repiten cifras. Por ejemplo, Tamiami es
la calle ocho, la ocho del sur.
Arrastran sus
bártulos varias personas con distintas amputaciones. Se acumulan con cierta
impaciencia unas 40 personas a la espera
de entrar en la Biblioteca del Dade Center que abre un minuto más
tarde de las 9:30.
Hablan de cinco
millones de visitantes al puerto cada
año, el de mayor flujo del mundo. La leyenda negra del Triángulo de las
Bermudas y la corrupción que atajaba Don Johnson pesan mucho menos que el
espíritu joven, la diversión a la solana y a la sombra de la noche.
Pese al revés que
supuso el huracán de 1926 el Art Déco vino para quedarse en los
años veinte. Ya en los 70 se percataron
que había que conservar y promocionar estos ochocientos edificios. Prolifera el color pastel.Entre los
motivos recurrentes destacan los soles y flamencos o los ojos de buey. Las
luces de neón azules sobre las letras del Hotel Colony lo hacen brillar en
Ocean Drive. Carlyle sigue los parámetros clásicos, tres plantas y tres
columnas verticales. La bandera de barras y estrellas es la guinda del pastel
de vainilla que es el Leslie. La originalidad del Cavalier son sus diseños
aztecas en la fachada. El viejo ayuntamiento perdió funciones pero vigila al
resto desde Whashington Avenue.
Entrada libre los
viernes a las seis en el Museo
Wolfsonian. Lo que más me atrajeron fueron las caricaturas. Massager
retrató a Theo Roosevelt, Alfonso XIII, con el labio inferior en forma de
morcilla, y Capablanca,maestro cubano del ajedrez. Y ridiculizó a los líderes de las Potencias
del Eje, Hitler, Mussolini e Hirohito, frustrados al empezar a perder la
partida. Alexander Kruse crucificó, símbolo de la inocencia, a Sacco y Vanzetti
en lugar de tostar a los anarquistas italianos en la silla eléctrica.
El tercer sábado de
mes no pasas por taquilla en el Museo
Judío. Su sinagoga fue severamente dañada por el huracán Andrew en 1992. La Bimah, plataforma elevada donde se hacen las lecturas, es de mármol y los bancos de un pino resistente a ñas termitas. Abrazada al jardín botánico una mano de bronce brota abruptamente del suelo; lleva adheridas miles de figuras humanas con rostros desgarradores por el sinsentido del Holocausto. Que no se olvide.
Por el cielo surcan
helicópteros y avionetas que portan publicidad. El Thriller y el Hurricane,
naos amarillo y verde, serpentean y crean olas artificiales, vayas para las
motos acuáticas. Desde media tarde los cruceros empiezan a abandonar Miami Beach. El Navigator of the seas tiene un atractivo tobogán acuático en la
azotea.
Está prohibido
entrar en la playa con animales, vehículos o armas. Las motos, de ruedas su-perlativas,
son para uso de la vigilancia. Los que tienen buen cuerpo lo enseñan; los que
no, se atreven más para competir en la misma liga. El agua es templada y el
salitre araña mis ojos. La gente sigue a remojo aunque llueva. Sólo se inmutan
si son iluminados por los rayos. Para orientarse son útiles Los puestos de socorro, cabañas de colores
optimistas bien combinados, pues indican la calle donde están. Hay mareas vivas
y ondea la bandera púrpura para alertarnos de la presencia de medusas.
El
arenal, quizá el más famoso del mundo,cierra toda la noche. Para rebajar la
leyenda y evitar tentaciones. Pescadores pacientes sacan la caña en la pasarela
que delimita el final de South Beach.
Los semáforos
horizontales recuerdan a los de Fórmula 1. Me recorro el mercado dominical de Lincoln
Road probando chupitos de zumos naturales.
Dos chicas patinan
en línea por Ocean Drive sin más atuendo que un bikini y una riñonera. En el Lummus
Park,pasarela de entrada al universo playero,tonifican sus músculos los
deportistas. Música a
todo trapo para amenizar a los bañitas de la piscina de Clevelander.Una morbosa
peregrinación busca el número de la mansión donde mataron a Versace.Al
anochecer las partes posteriores de las
calles principales podrían ser escenario de persecuciones de delincuentes en
películas de acción. Contenedores, charcos y lúgubres condensadores de aire
acondicionado.
Vuelvo a tierra
firme. En Brickel Avenue agradezco
la sombra que me proporcionan los rasca-cielos. Vuelvo horas después cuando
todos somos pardos. Me deniegan el acceso a alguna dis-co por ir en bermudas.
El protocolo. Consigo rebaja en el Candela Bar,no sin esfuerzo.Celebran con
bengalas ceremoniales cada vez que un cliente descorcha una botella.
Microclima
fresquito en los diez acres de Jardines
Vizcaya. El Palacio mezcla los estilos renacentista, rococó y neoclásico. En los años 60 hubo hippies en la elegante Coconut Grove. Consigo abrir uno de sus frutos icónicos
tras casi una docena de golpes contra el asfalto. El Centro Comercial Cocowalk ha
muerto por obras, sólo ha sobrevivido el gimnasio. Un jardinero público riega
con pértiga las plantas suspendidas sobre farolas.
El ritmo en Coral Gables es pausado. Buen emplazamiento para mansiones
pudientes con hipotecas de muchos ceros.
Pistas de tenis y campos de golf.
Las dalinianas ramas de los árboles forman una visera sobre la carretera
en Coral Way. Los idiosincráticos letreros de las calles, muchas con nombres de
poblaciones del sur de España, están a ras de suelo.
La densa vegetación
no permite divisar el Hotel Biltmore,majestuosa
edificación color salmón casi
centenaria,hasta que lo tienes encima. Quiso ser de mayor tan guapo como el
campanario de la catedral de Sevilla.Llegó el momento. Me quito la ropa de
turista, seco el sudor y pongo una
camisa elegante. Leo la carta del menú Spice
del Restaurante Fontana. Dos platos y postre, nada común por estos lares. Es
más habitual decantarse en Miami por un Surf´n
turf, que alude a la combinación de marisco y carne, por ejemplo filete y
langosta. Mi menú, bien pensado, consta de ensalada griega- bacalao con quinoa
crujiente y verduritas-pastel de limón.El chef Giuseppe Galazzi preparó todo con mimo y con productos
frescos de temporada. Sin respetar la digestión accedo a la piscina. Pero el
primer chapuzón cae del cielo. Cosa rápida. Cuentan que antaño Johnny
Weissmuller,mítico Tarzán, fue el instructor de natación.
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