miércoles, 12 de febrero de 2014

Y Cela conoció a Eisenman


Ponencia sobre La Ciudad de la Cultura
y charla tributo sobre Camilo José Cela (febrero 2011)


La guía pelirroja de La Ciudad de la Cultura tiene buenas dosis comunicadoras y trabaja con ilusión. Eisenman imita el diseño de cinco dedos que tienen las calles de la almendra. El proyecto originario era de ocho edificios. ¿Quién diría que el archivo lleva ya dos años en funcionamiento? El “deconstructivismo moderno” imita las formas de la naturaleza; la paradoja es que hoy no se ve un árbol, aunque se promete ajardinar en terrazas toda la ladera. El humanista de pajarita tuvo un célebre homenaje a uno de sus colegas de los “Cinco de Nueva York” desaparecido en el 2000; subió al Gaiás las Torres Hejduk que iban a servir como centro de investigación botánica en el parque de Belvís.

La Biblioteca, cuyo techo de pladur se fusiona con la pared, albergó la tercera sesión del ciclo “Sábados de autor” que halagó al polifacético José Cela. Su basta producción, salpicada por la violencia, el sexo y lo grotesco, abarca también libros de viajes, artículos periodísticos, piezas de teatro, pintura o los curiosos apuntes carpetovetónicos. El Director General del Libro contó que unos facinerosos le atacaron por la espalda pero al percatarse de quien era exclamaron: “Perdone Don Camilo, no lo habíamos reconocido”.

Ana María Platas se limitó a leer sus intrigantes notas sobre el Marqués de Iria Flavia. Su exquisita educación inglesa no le domó un tozudo carácter, amén de algún exabrupto ocasional. La desgracia de padecer tuberculosis en la adolescencia fue la que, para matar el aburrimiento de la convalecencia, le condujo a la lectura. Asiste a las clases de Pedro Salinas, quien supervisará sus primeros poemas. Vivió una guerra entre hermanos; “fuimos estafados por rojos y blancos”. La meticulosidad invade su narrativa; “corrijo y tacho los originales sin cansarme jamás”. A pesar de la gloria de La Colmena, Mazurca para dos muertos supera los trescientos cincuenta personajes de aquella; y la tremendista historia de Duarte sólo es rebasada por El Quijote como novela española más traducida.

Como guinda a una mañana cultural se proyectó O bonito crime do carabineiro, basado en un cuento breve del Nobel gallego. Manquiña, que llevó a un turbio portugués sin escrúpulos al rango de personaje principal, desveló en secreto que Santiago se disfrazó de Tuy en el alba del siglo XX. Si la ambigüedad del título ya era un chascarrillo, el audiovisual se tomó la licencia de dar un giro de tuerca al enigmático final. No digo más.

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