jueves, 27 de febrero de 2014

Lo que escupe la mar

Reflexión sobre la película Crebinsky (2011)

El universo Crebinsky nos traslada a la Galicia de fines de la II Guerra. Los alemanes, obsesionados por la industria pesada buscaban desesperadamente wolframio para blindar sus carros de combate. Como aliado un falangista local impulsivo que desentona frente a la disciplina y frialdad germana. A la expectativa, un submarino americano ansioso por dar informes de los movimientos del enemigo. Pero a los Yankees les mata su autoestima ya que Dios no sólo los bendice a ellos. Más suerte tendrían en Iwo Jima.



Un horizonte de espías en un paraje rural, sin tejido industrial y ante un pueblo que ignora el momento histórico. Para el rodaje de este particular paraíso nada mejor que la comarca de Ortegal; desde la playa de Esteiro, fino arenal de Mañón, se divisa el monte blanco de Cañoles y las escarpadas agujas de Ortegal. Maestro Mateo a la fotografía.

Decía un querido actor que, frente a los derrochones americanos, el audiovisual gallego aprovecha hasta el último de sus recursos. Una inundación de dimensiones bíblicas se puede hacer con dibujos animados. Los protagonistas son dos primitivos que subsisten de lo que recolectan en la naturaleza y recogen del mar. Un síndrome de Diógenes por la supervivencia. Su radio de acción es tan reducido que apenas estrechan lazos con otros humanos. Ambos tienen una escultura como amuleto; es su tótem, su Señor Wilson.

 La persecución de su vaca huida los devuelve tierra adentro y refresca sus recuerdos de niñez. Empiezan a aflorar sus sentimientos de amor y de ternura. Una verbena de pueblo acaba siendo el polo de atracción de personajes que no terminaban de encontrarse. Mientras el paciente farero, tal ermitaño, sigue adiestrando palomas mensajeras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario