miércoles, 2 de diciembre de 2015

La melancolía de José Suárez

Exposición Fotográfica en el
Museo de la Ciudad de la Cultura

   No hacía robados de paparazzi. Organizaba los posados de sus actores. Para él era casi un sacrilegio que mirasen a cámara. Apenas se lo permitió a su madre. El hombre es el centro de su objetivo. Es un autor humanista y costumbrista. Capaz de captar el movimiento. Su vocación frustrada fue la de director de cine. Dirigió La mujer y el jokey, película de poca monta.



   Sus primeras fotografías son en Salamanca, ciudad a la que marchó para estudiar derecho.  Allí se enamora profundamente de Mary Santiago Mirat y se casa con ella.  En 1934 fotografió a Unamuno en el Monte Flecha; a cambio el escritor le obsequió con unas pajaritas de papel.




 
   Retorna a Allariz y retrata las labores de la tierra. Alfareros, oleros,  la malla o la romería de San Vitorio. Se atreve a fotografiar de espaldas a una pareja de la Guardia Civil. Casi un pecado.


    La serie Beiramar se centra en los pescadores, algunos cargando redes sobre sus espaldas. Capturó a gentes de las Rías Baixas: Bueu,Rianxo,Vigo… Se ve su pasión por el blanco en las nubes y casas de los marineros.  Igualdad entre sexos en los que van a faenar. Muchachos descalzos. Su fetichismo por los pies sirve para mostrar el estrato social. La foto de una mujer junto al hórreo se ha interpretado como una viuda que divisa al cruel océano. Un contrapicado  épico marca de la casa. La del niño con el barco Javiota guarda enorme poesía; parece que quiere seguir el oficio de su padre. Suárez empleó un panel para que no hubiese sombras en su cara.
   Al estallar la guerra,por su condición de republicano de izquierdas se ve abocado al exilio. Mary, que militaba en Acción Católica, abraza el falangismo y decide quedarse. Él, que tantas cruces había fotografiado, parte hacia Lisboa donde toma un barco con Colmeiro hacia Buenos Aires. Gran ciudad que apenas aparece en sus negativos.Se cartea con su amada pero no obtiene respuesta.Hace conferencias,edita libros, conoce a Alberti y retoma contacto con Blanco Amor.
   En 1940 hace una serie sobre Portillo,en los Andes chilenos,donde se aprecia su pasión por el esquí. Trabó amistad con el campeón francés Émile Allais.El gallego quedó atrapado tres meses en la nieve. Le sirve para reflexionar sobre el desamor y el exilio. Tituló “La Sinfonía”a una foto de trabajo coral de rescate tras un accidente de avioneta.


  Cae en depresión y se marcha a la Pampa.  Hace fotos a gauchos tomando mate y sus caballos. En Punta Arenas retrata barcos deteriorados y en la Patagonia árboles secos vencidos por el viento. Como el sentimiento de abandono que siente. Así se lo comunica a Luis Seoane. En Tierra de Fuego se fija en las ovejas, como hiciera en Castilla. Y en El Chaco la recogida de algodón.  En Brasil dispara a las velas de Bahía y al ajetreo y bullicio del puerto de Belém.
 En Sudáfrica la mujer es la protagonista. Le marcó más su experiencia japonesa. Allí prefiere tomar instantáneas reales.  Se enamoró de su cultura.Incluso llegó a practicar yudo. Halló la paz y el sosiego  con la armonía de las construcciones y jardines nipones. Hizo amistad con Akira Kurosawa. También conoció al que hacía de coronel en Puente sobre el río Kwai. Fotografió las vestimentas y de nuevo los arrozales. No reveló las fotos en color salvo cinco sobre cultivadores de perlas. Peregrinó al monte sagrado Fujiyama. Retornó a Punta del Este en Uruguay y en su morada monta una librería llamada Yelmo de Mambrino en honor a su querido can.
 
   Retorna a Galicia en el 59 con pasaporte argentino.Intenta retomar el contacto con su amada de nariz prominente pero se lleva otra vez calabazas. Por sus problemas óseos se traslada a la Mancha para disfrutar de su clima seco. “Fui buscando Quijotes y solo encontré  Sancho Panzas”. Se encuentra un país reaccionario anclado en el pasado.  Pueblos fantasma. Gente de negro, poca juventud y menos trabajo. Captó a un hombre al estilo de Lawrence de Arabia.
   Gracias a un encargo se va a Glyndebourne, zona elitista al sur de Inglaterra, donde persigue a la alta sociedad. De vuelta a España refleja el mundo taurino. Aunque se sabe que acudiera en su época estudiantil a la Fiesta de la lidia se cree que no era muy de su agrado. Prefiere centrarse en la cría que en las corridas.  Hay una foto con una inusual violencia, un cuchillo clavado en un toro, donde enfatiza la crueldad. Además retrata solo la sombra de un matador.
 
   Le surgen trabajos en el Mediterráneo, Mojácar, Guadix o Ibiza. En la Isla Pitiusa se encuentra todavía con una España Negra. Las salinas le recordaban a los paisajes nevados.
 
   Vuelve a Galicia sin apenas dinero. Fotografía la sombrerería de la Rúa do Vilar. Sombreros militares y de curas, la Galicia de siempre. En el 67 se instala en el Hotel Miño de Ourense y abandona la fotografía. Se le ve apático, amargado.  Asesoró para la construcción de la estación de esquí de Manzaneda. Se mudó a A Guarda donde se suicida en 1974. Dejó una nota. “La muerte será la mejor recompensa”. Eligió ser enterrado en una fosa común. El Requiem de Fauré viviría por él.
 

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