jueves, 17 de diciembre de 2015

Columnas y Obeliscos





Mis sensaciones tras un viaje a Roma 





    Todos los caminos llegan a la Ciudad Eterna. Su histórico suelo está perforado por columnas y su cielo sagrado agujereado por obeliscos. Como si quisiesen reciclar lo mejor de las grandes culturas que le precedieron, helenos y egipcios. Muchos quisieron saquearla y hasta los propios romanos lo hicieron.


   Muchos empiezan su periplo en el avispero de Termini. Paradojas. Las pisadas borran sin pausa los pasos de cebra. Santa María Maggiore, con un magnífico techo artesonado, fue erigida por el Papa Sixto III y alberga el sepulcro de Bernini. En San Pietro in Vincoli cierran para dormir la siesta. Me quedo sin venerar al Papa Julio II y al cornudo Moisés de Miguel Ángel.


  No faltarán turistas que confundan el Teatro Marcello con el Coliseo. El Anfiteatro Flavio no me impactó más que el de Tarraco, Pula o Arlés. Sin la arena no me imagino a los gladiadores luchando por su libertad. Sí se aprecian las trampillas por donde las bestias hambrientas ascenderían gracias a sistemas de poleas.  Tal bañera, se llenaba de agua para simular combates navales.  En la cavea, los espectadores se sentaban según su estrato social,reservándose el podium para altas personalidades. Todos a disfrutar del sufrimiento ajeno. En el Año Jubilar del 2000 se clavó una cruz cristiana. Territorio conquistado.

   Por el Foro Romano parece que ha pasado un terremoto, un tsunami o un volcán en erupción. Sin un guía especializado las ruinas se convierten en un tetris indescifrable. Tras su esplendor acabó siendo cantera para la construcción de otros monumentos. El Arco de Tito se construyó para conmemorar la toma de Jerusalén en el año 70, iniciándose la diáspora judía. El Arco del Triunfo de Constantino celebra una victoria del primer emperador converso al cristianismo.  En el Templo de Saturno, hoy apenas ocho columnas de granito, guardaban el Tesoro del Estado. También allí se celebraban unas transgresoras fiestas en las que los amos ocupaban el lugar de los esclavos y viceversa. Las mujeres vírgenes debían permanecer treinta años recluidas en el Templo de Vespa, entonces de madera y paja, y su labor consistía en evitar que el fuego sagrado se extinguiera. Al Sur, en la colina del Palatino fue donde Rómulo fundó la ciudad.
 
  En la Vía de los Foros Imperiales los emperadores nos hacen el pasillo. Desfilan Trajano, César Augusto, con unos brazos superdesarrollados, y Julio César, junto al que depositaron una corona de laurel. La columna de Trajano, colosal tan chimenea, presume de la victoria sobre los dacios. Pero, no se confundan, la escultura de la cima es ahora San Pedro.


   El Vittoriano es una mole de piedra calcárea, de ahí que le llamen la máquina de escribir. Su construcción, a comienzos del siglo pasado, levantó mucha polvareda pues destruía parcialmente el área de la Colina Capitalina. Hoy ondea un gran bandera nacional donde el Duce pronunció muchos de sus discursos.  En la base, un barbado con concha por sombrero pugna contra un león a cuerpo desnudo.   

   En la iglesia jesuita del Gesú se prohíbe ropa inadecuada pero acondiciona un espejo para ver con comodidad las maravillas del techo sin dolencias de cuello. Suena la campanilla para cerrar.


   Un helado de tarrina de fresa y tutti frutti con vistas a la Isla Tiberina es una buena opción. En la margen derecha de la corriente ocre brota un barrio con personalidad propia. Adoquines y hogares con enredaderas sin esquilar. En Santa María in Trastévere no se puede entrar con perros ni boinas. Sus mosaicos del coro son muy codiciados. Fuera un artista afina su vibráfono. Restaurantes con encanto. El fetuccini con ragú sació mi gula. Si bajas hasta Porta Portese ya comienzas a fijarte en quienes caminan detrás de ti.

  Frente al renacentista Palazzo Farnese se posan palomas en las cornisas. Regateé sin éxito por un paté de funghi porcini y tartufo en Campo di Fiori. Aquí fue asesinado en la hoguera Giordano Bruno. Y otro cotilleo. Caravaggio se cargó a un tipo y hubo de huir a Nápoles.

   La Plaza Navona fue, en origen, el Stadium del emperador Domiciano con competiciones de atletismo y carreras de caballos. Uno de los caricaturistas empieza por los ojos de aquella pelirroja pálida de aspecto anglosajón. El mimo de la corbata tiesa se mantiene inerte. La Fontana dei Quattro Fiumi es mérito del ilustre Bernini para conmemorar el Jubileo de 1650.Se ensalzan el Danubio, el Ganges,el Río de la Plata y el Ganges, de cuatro continentes diferentes. La figura central desprecia la Iglesia de Sant Agnese porque fuera un trabajo de su enemigo Borromini.

   Cola civilizada por la fuente de la Piazza de la Rotonda. La humedad es brutal.  La bóveda del Panteón de Agripa proyecta el sol hacia las tumbas de Rafael y Víctor Manuel II, primer monarca de la Italia unificada. 

   Con una bofetada clasista y elitista me descartaron en la Biblioteca de la Cámara de los Diputados. Mi único anhelo, ver una interesante exposición gratuita sobre la Gran Guerra. Mi pantalón pirata, que cubre las rodillas, no cumple con sus estrictas normas de protocolo. En la Plaza Colonna una señal prohíbe subir a la fuente, soltar spray, bailar y tirar basura.

   Sería muy emotivo observar el carro de Neptuno tirado por dos tritones que porfían con sendos caballitos de mar.  Pero la Fontana Di Trevi está en obras. Dicen que en las profundidades aflora el ejército de Hamelín. Los turistas seguimos arrojando nuestra calderilla en un sucedáneo. Así somos. Cáritas pasa luego el cepillo.


   La gente se remoja los pies en la Barcaccia. Lo que cabrea a la palmera mustia de la Piazza di Spagna.  Los castañeros venden doscientos gramos a cinco euros. Junto a la casa de Keats intentan vender rosas rojas. Por favor, hagan las fotos en sentido ascendente.  Aunque ahora Trinitá dei Monti está empapelada por una propaganda de la Bruni. Algunos de los peldaños de mármol travertino están dados de sí. 

   En la colina de Pincio el paseo es agradable entre los bustos de Garibaldi, Verdi, Tomás de Aquino o Pitágoras.  La Piazza del Popolo, escenario de ejecuciones en el XVIII y XIX, no es de mis favoritas. Cuenta con el obelisco de Ramsés II, que procede del Circo Máximo, un museo en honor a Leonardo y la fuente de Neptuno. Para los emigrantes colchoneros. Las dos Iglesias Gemelas son el eje del compás de tres arterias comerciales. En Vía del Corso casi me compro chaqueta vintage del cuadro ecuestre de Napoleón ejecutado por Jacques-Louis David. Demasiado cara. Demasiado atrevida.

   El Castell de San Angelo tiene aspecto externo de navío. Catapultas y cañones intimidan en sus terrazas. El implacable ángel de bronce parece atemorizar a sus súbditos del puente.  El Passeto di Borgo, pasadizo secreto, se empleaba para esconder a los Papas que venían del Vaticano. Fuera de la fortaleza se ganan la vida dos gladiadores anacrónicos y un hombre sin testa.
   En la capilla Sixtina los empleados de seguridad gritan silencio por un megáfono. No se permite sentarse sobre el zócalo del suelo.  A la caza del pararazzi. Las pinturas de las pareces son obra de Pietro Perugino aunque el que saboreó las mieles del éxito fue Miguel Ángel, que diseñó los frescos de la bóveda. Los turistas de hoy recurren incluso a los prismáticos.  Si cierra al público hay cónclave entre electores menores de ochenta para elegir nuevo pontífice.

   La Piazza de San Pietro, corazón de la cristiandad,  tiene forma de alicates. La Guardia Suiza, armada con picas, lleva una indumentaria que parece la bandera rumana o colombiana. La mañana del domingo puedes ver al Papa concediendo el Ángelus desde la ventana de su despacho. La basílica tiene planta de cruz griega. Entre sus maravillas está el féretro de Juan XXIII, ideólogo del Concilio Vaticano II, y La Pietá de Miguel Ángel, protegida de los lunáticos por un cristal. Las columnas salomónicas del Baldaquino, morenas con hojas de laurel dorado, bailan la danza del vientre.

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