jueves, 29 de octubre de 2015

Varsovia y el Ave Fénix


Un paseo por la capital de Polonia sin música de Wagner.


 
   Llegué a Varsovia en la temporada de fresas. Salí de la trinchera de la Estación Central y me abrumaron los rascacielos. Manhattan.  Es admirable el espíritu de supervivencia de una metrópoli que fue devastada en la II Guerra.Polvo y cascotes. La Unesco la premió incorporándola a la lista de Patrimonio de la Humanidad pese a ser una ciudad que se copió a sí misma.Un mural condena la militarización,caricaturizando a soldados como marionetas ávidas de adinerarse.


   Poca gracia me hizo la multa en las faldas del Palacio de la Cultura  y la Ciencia. A la sombra de los doscientos treinta y un metros del mamotreto soviético. El alarmante motivo, cruzar la vía pública sin pisar el paso de zebra. Un mochilero foráneo e indefenso era presa muy fácil.
 
 

   En el área de las embajadas, de camino al Parque Lazienki y el Palacio Acuático, la chocante estatua de Reagan; más surrealista si le agregamos la bandera sueca de algún simpatizante.

   La estatua del tipo imponente de bigote no honra a Stalin.No se confundan.Es Josef Pilsudski, héroe de la independencia tras más de un siglo de particiones. El águila rompió los grilletes.   No me atreví a hacer una gracia a los hieráticos guardias de honor de la Tumba al Soldado Desconocido.  Se rememoran gestas de la patria como la resistencia numantina en Westerplatte. Frente a la estatua ecuestre de Poniatowski un creyente ora con altavoz ante un pequeño altar improvisado. Sus fieles rezan rosario en mano.Sufren mofa de algún intolerante.

   Pregunté por el fragmento del muro del guetto de la calle Sienna. Uno me condujo por unos soportales clandestinos. No quería mis monedas ni mis entrañas.Tres metros y medio de dolor.

   La sinagoga Nozyk, camuflada entre casas de particulares, es la única que se conserva de las de antes de la guerra.  En el restaurante judío tomo el menú standard del país. Sopa, carne con guarnición y kompot. Decenas de jamsas, manos divinas, diseminan semillas de buena ventura.

   En el campo del Legia, que fue en su día un club militar,un panel recuerda a Kazimierz Deyna; fue un futbolista polaco que ganó los Juegos Olímpicos del 72 y fue bronce en el Mundial 74. Falleció prematuramente en un accidente de tráfico. En el Estadio Nacional el homenajeado es Górski, entrenador de la selección en ese periplo dorado. En sus tripas visité una exposición sobre Pompeya. Y en los alrededores se deslizan los patinadores. Unos más amateurs que otros. Circo romano. Se repondrán del esfuerzo plantando la toalla en la playa fluvial para ver al Sol desfallecer.

   La calle Suburbio de Cracovia, hermoso dedicarle  una arteria elegante a la ciudad rival, parte de la Columna de Segismundo III. En el Castillo Real se proclamó la primera Constitución de Europa en 1791, cuatro meses antes que la Francia Revolucionaria. En la iglesia barroca de Santa Cruz una urna conserva el corazón de Chopin, traído de Francia por su hermana Ludwika.  Los niños acordeonistas buscan sus zlotys. Toparte a Copérnico por Polonia no es complicado. Tiene un buen puñado de clones desparramados aunque este molde sedente lo ideó el genial Thorvaldsen. Con dos copias gemelas en Chicago y Montreal.

   En la calle Freta está la casa natal de Marie Curie, aunque su apellido de cuna es Sklodowska. Ganó dos Nobel.El presidente Hoover le obsequió con un elefante,símbolo de los Republicanos.

   En la Plaza del Mercado de la Ciudad Vieja se ejecutaba antaño a los condenados.  Hoy pone cordura la Sirena. Cuenta la leyenda que  salió del Vístula a descansar y se enamoró del lugar. Se dedicaba a agitar el río y enredar las redes de los pescadores para liberar a los peces. Un mercader rico escuchó su precioso canto y la secuestró  para hacer negocio con ella.Entonces un marinero escuchó su llanto, se apiadó y la liberó. En agradecimiento, ella juró proteger la ciudad con su espada desenvainada.  Otra réplica hace de vigía junto al Puente Swietokrzyski.

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