Un paseo por la capital de Polonia sin música de Wagner.
Llegué a Varsovia
en la temporada de fresas. Salí de la trinchera de la Estación Central y me
abrumaron los rascacielos. Manhattan. Es
admirable el espíritu de supervivencia de una metrópoli que fue devastada en
la II Guerra.Polvo y cascotes. La Unesco la premió incorporándola a la lista de
Patrimonio de la Humanidad pese a ser una ciudad que se copió a sí misma.Un
mural condena la militarización,caricaturizando a soldados como marionetas
ávidas de adinerarse.
Poca gracia me hizo
la multa en las faldas del Palacio
de la Cultura y la Ciencia. A la sombra
de los doscientos treinta y un metros del mamotreto soviético. El alarmante
motivo, cruzar la vía pública sin pisar el paso de zebra. Un mochilero foráneo
e indefenso era presa muy fácil.
En el área de las
embajadas, de camino al Parque Lazienki y el Palacio Acuático, la chocante
estatua de Reagan; más surrealista si le agregamos la bandera sueca de algún
simpatizante.
La estatua del tipo
imponente de bigote no honra a Stalin.No se confundan.Es Josef Pilsudski,
héroe de la independencia tras más de un siglo de particiones. El águila rompió
los grilletes. No me atreví a hacer una
gracia a los hieráticos guardias de honor de la Tumba al Soldado
Desconocido. Se rememoran gestas de la
patria como la resistencia numantina en Westerplatte. Frente a la estatua
ecuestre de Poniatowski un creyente ora con altavoz ante un pequeño altar
improvisado. Sus fieles rezan rosario en mano.Sufren mofa de algún intolerante.
Pregunté por el
fragmento del muro del guetto de la calle Sienna. Uno me condujo por unos
soportales clandestinos. No quería mis monedas ni mis entrañas.Tres metros y
medio de dolor.
La sinagoga Nozyk,
camuflada entre casas de particulares, es la única que se conserva de las de
antes de la guerra. En el restaurante
judío tomo el menú standard del país. Sopa, carne con guarnición y kompot. Decenas de jamsas, manos divinas, diseminan semillas de buena ventura.
En el campo del
Legia, que fue en su día un club militar,un panel recuerda a Kazimierz Deyna;
fue un futbolista polaco que ganó los Juegos Olímpicos del 72 y fue bronce en
el Mundial 74. Falleció prematuramente en un accidente de tráfico. En el
Estadio Nacional el homenajeado es Górski, entrenador de la selección en ese
periplo dorado. En sus tripas visité una exposición sobre Pompeya. Y en los
alrededores se deslizan los patinadores. Unos más amateurs que otros. Circo
romano. Se repondrán del esfuerzo plantando la toalla en la playa fluvial para
ver al Sol desfallecer.
La calle Suburbio
de Cracovia, hermoso dedicarle una
arteria elegante a la ciudad rival, parte de la Columna de Segismundo III. En
el Castillo Real se proclamó la primera Constitución de Europa en 1791, cuatro
meses antes que la Francia Revolucionaria. En la iglesia barroca de Santa Cruz
una urna conserva el corazón de Chopin, traído de Francia por su hermana
Ludwika. Los niños acordeonistas buscan
sus zlotys. Toparte a Copérnico por Polonia no es complicado. Tiene un buen
puñado de clones desparramados aunque este molde sedente lo ideó el genial
Thorvaldsen. Con dos copias gemelas en Chicago y Montreal.
En la calle Freta
está la casa natal de Marie Curie, aunque su apellido de cuna es Sklodowska.
Ganó dos Nobel.El presidente Hoover le obsequió con un elefante,símbolo de los
Republicanos.
En la Plaza del
Mercado de la Ciudad Vieja se ejecutaba antaño a los condenados. Hoy pone cordura la Sirena. Cuenta la leyenda
que salió del Vístula a descansar y se
enamoró del lugar. Se dedicaba a agitar el río y enredar las redes de los
pescadores para liberar a los peces. Un mercader rico escuchó su precioso canto
y la secuestró para hacer negocio con
ella.Entonces un marinero escuchó su llanto, se apiadó y la liberó. En
agradecimiento, ella juró proteger la ciudad con su espada desenvainada. Otra réplica hace de vigía junto al Puente
Swietokrzyski.
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