Una pincelada sobre la ciudad de Arlés
Junto a la estación
de ferrocarril los niños juegan al bádminton en el pabellón acristalado. Salvo una pandilla de preadolescentes, de pelusilla
incipiente por bigote, que fuman su primer pitillo en el mirador de los leones.
La furia de este carnívoro protege el escudo de la ciudad.
Por los muelles
desangelados del Ródano cabalgan atletas sin prisa. En el hammam las horas de servicio a mujeres no coinciden, por supuesto, con
la de los varones. Siguiendo el curso del río llego al Museo Réattu. En Noa Noa Gauguin jura amor eterno al
exotismo primitivo de Tahití. La pinacoteca adquiere solera por exponer
cincuenta y siete dibujos de Picasso. Retrató a su madre, a Matisse y su cosmos
particular de mosqueteros y arlequines. El malagueño los donó a una ciudad a la
que acudió buscando el espíritu Van Gogh y donde colmó su afición por las corridas.Parece
mentira pero del pintor neerlandés solo se conserva en Arlés una carta manuscrita.
Costó convencer a Gauguin para que viniese una temporada a bañarse del sol del
Mediodía.
(Los jardines del Hospital)
El puente decimonónico
de Trinquetaille era más sugerente con aquella cubierta de hierro y cristal. Los jardines del hospital siguen con la arcada
pintada en blanco y amarillo, tal como Van Gogh los retrató. También se desplazó a la necrópolis de Alyscamps.
Quería captar el brillo arbóreo antes de la alopecia otoñal. Un boulevard
tétrico entre sarcófagos. Un oasis camino de Compostela. Como amuleto esos
dichosos frutos pegajosos no comestibles color pelota de tenis. Rompen en
silencio las palomas en la huérfana capilla de San Honorat de hornacinas coronadas
en concha. El célebre Café Nocturno fue
sorbido en la Plaza del Foro. Frederic Mistral merece su estatua por ganar el
Nobel, el mismo año que el olvidado Echegaray, por defender la lengua occitana.
Busco en los menús mi ración de toro de la Camarga. El camarero de Manresa
trabaja seis meses al año al destajo para luego homenajearse con grandes
escapadas. Este año le toca China y el Himalaya.
(Alyscamps)
La plaza de la
República es muy ocre,le falta colorido. El obelisco se plantó en honor del rey
Sol. Toda la paleta arcoiris se gastó en las vidrieras de la iglesia de Saint
Trophime. Los capiteles restaurados
de las columnas del claustro representan escenas del Nuevo Testamento. Una
delicia. Por el ayuntamiento se accede a los Criptopórticos, tres galerías subterráneas
donde se sustentaba el Foro. Casi un
túnel del talego.
Los romanos de “Arelate”
olvidaban sus preocupaciones asistiendo, además del Circo y Teatro, a combates
de gladiadores, denominados munera,
en las Arenas. En el medievo el anfiteatro se convirtió en muralla y en su
interior se edificaron casas, que no se derribaron hasta el XIX. Aún hoy se celebran
espectáculos de tauromaquia.
Un artista contemporáneo corrigió un arco
roto colocando cartones de leche y zumo. Anacrónico y original. En el mirador
trasero de Notre Dame de la Major,amén de una pareja ensayando coreografías, se
divisa la campiña y se distingue la torre vigía de la abadía de Montmajour.
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