Inauguración en la FGTB el 3-3-2015
Miguel ángel Cid catalogó
un montón de viejas fotografías en el archivo de su Fundación y las recuperó
desde el punto de vista técnico. En 2010 ya se mostraran una selección en Los mundos de GTB .Las ahora
seleccionadas fueron de la segunda mitad de los sesenta y comienzos de los
setenta. Plena efervescencia Beatle. Las
comisarias de la exposición son dos alumnas del último curso del grado de
arte. Lucía Alcaina y Begoña Álvarez dedicaron un mes de trabajo pero desgraciadamente
esta última no pudo asistir a la inauguración por la muerte de su madre.
Muchas de las fotos
las realizó con una sencilla cámara
Yashica montada sobre un trípode. Cuando llegó a la universidad de Albany en
1965 compró una máquina mejor en Nueva York.
Juan Monterroso advierte
que Pontevedra es protagonista, con imágenes que nos evocan a Fragmentos del Apocalipsis o La isla de los jacintos cortados. Allí
retrata el convento de San Francisco y, su imagen fetiche, la iglesia de Santa
María. Un divertido robot observa la ciudad del Lérez por la ventana; no
sabemos si está castigado o espera compañía.
En Santiago se
detuvo a menudo ante la Berenguela. También ante los soportales de Rúa Nova y del Villar.Los
transeúntes armados con el paraguas en ristre. Nunca fotografía de frente.
Se fija en los
balcones, clásicos miradores gallegos, que en sus escritos define como “colabora-dores
del viento”. Torrente los admira, a lo Romeo, desde la calle trazando ángulos contrapicados;
muchas veces intenta incorporar las placas de las calles y algunos blasones.
Ahora hay padres
que quieren acabar con la tiranía del fútbol en los recreos; Torrente admira la
vitalidad y entusiasmo de los niños. Su pelota bota en plazas empedradas.
El mar lo asocia
con Ferrol al que fotografía sin pudor con su esplendor industrial. Tiene fijación
por las carabelas que parecen levitar como su mítico pueblo de ficción,
Castroforte del Baralla. No podía faltar la instantánea de su casa natal de
Serantes, afeada por los postes de la luz.
Se han etiquetado
como bodegones sus fotos de objetos cotidianos. Así son sus escaparates,
sombras de cruces de cementerio o la bohemia estampa de café, cenicero, ron y
diario Le Monde. Gonzalo era un genial literato pero “se
enorgullecía sobre todo de ser profesor durante cuarenta años. Yo también lo soy”. Apostilla con
ternura su hijo Álvaro.
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