lunes, 14 de octubre de 2024

Teño que marchar


 Non podo. Dóeme achegarme ó mar no inverno. Se silba o vento síntome desprotexida. Un grao de area. Lembranzas entran por unha orella e fan remuíños nos miolos.


Palpito distinto. Tremo. Tento distinguir onde chega a liña do horizonte. Conto os días que faltan para o verán. Vólvome melancólica. Non. Mudo a triste. Sinto frío. Vai caer a noite. Volvo ó lar antes de estragar un nocello. As farolas danme simetría e paz.

viernes, 4 de octubre de 2024

El color de Dakar



   ¡Qué aquí no llega el rally desde 2008! La capital de Senegal, que relevó a Saint Louis en 1902, es un mundo caótico, divertido y dinámico. Las agujas del reloj marcan dos horas menos que en España pero el sol cae con la misma antelación. Hay calles de tierra, baobabs y palmeras. Hay tolerancia religiosa y teranga, como llaman en idioma wolof a la hospitalidad.





   Aunque suene de pardillo el cambio que te ofrecen en el aeropuerto no es ningún timo. Y guarda unos 30 euros, 20000 CFA, para regresar al Blaise Diagne, que está a más de 50km. El menú a degustar suele reducirse a arroz con carne o arroz con pescado. Con precios asequibles. Muchas veces el aliño son salsas picantes de mostaza o pimienta. Se echa de menos una ensalada con vinagre y aceite de oliva. Regado con un agua embotellada de la Casamance. O puedes innovar con refrescos más exóticos, de guayaba o tamarindo. Los que trabajan en los restaurantes suelen comer sin cubiertos y de una misma pota.

  Si no subes a un Transport en commun no has estado en Senegal.Son microbuses de colorines donde los pasajeros van hacinados. Incluso hay que reclinar los asientos centrales para hacer un pasillo y poder pasar.El conductor va mordiendo un palo que hace las veces de cepillo de dientes. Los cobradores van colgados atrás, de pie y con medio cuerpo suspendido. Golpean la chapa cuando han subido todos los clientes. Con una moneda de 100 puede ser suficiente. No siempre. En otros buses los recaudadores se sientan en una jaula y la gente pasa solidariamente las monedas de mano en mano. Aconsejo que antes de subir preguntes por tu parada.


    Los taxis, bañados de amarillo y negro y algunos destartalados, pitan por la espalda a cualquier turista. Por si cuela. Son una plaga. Muchos extraños me reconocían pero nunca percibí que se aprovecharan de mí por el color de mi piel.  Me han respetado.

   En la zona de la Medina no sé si hay más polvo o bullicio. Charcos también. Muchos negocios de reparación de vehículos. Las mujeres lucen vestidos en colores vivos. Vehículos con tracción animal y tenderos con su producto a ras de suelo. En las tiendas de ropa los maniquíes son de piel blanca pero tan altos como ellos. Los que piden dinero hacen ruido con la calderilla, al igual que los que arreglan cosas hacen bailar sus tijeras.






   En el Norte de la península encuentro las zonas más atractivas para un chapuzón. También un área más deprimida en el entorno de un canal de aguas sucias y estancadas.

   Una mujer limpia el pescado en la Playa de Ngor. Las moscas se posan encima. A la vista la isla con el mismo nombre. Hacia el oeste casitas de dos o tres alturas y tejados planos. Y clases de natación en la otra punta. Siento caer un coco. Los pájaros aletean buscando presa pero el único ser vivo fallecido en la arena es una rata. Como en un restaurante con los pies untados en la arena.Me viene a hablar una chica. Creo que era como los entrantes en Portugal.



 

   Dejando atrás la embajada de USA y atravesando una hilera de restaurantes a precios asequibles hemos llegado a la Playa de Almadíes. Es muy fotográfica pero la abundancia de piedras reduce el baño a una piscinita natural de un metro de altura donde se hacinan niños y mujeres. Un adolescente me confiesa su sueño de viajar a Europa y jugar en el Barça. "Pues entrena duro y no fumes". Vienen a ofrecer tatuajes de henna. Juego con uno de los vigilantes a las damas; no consigo asimilar que las obreras también comen hacia atrás y mi partida se desmorona. Me invitan a una taza de té bien caliente, que ha sido mareado en repetidas ocasiones. Desilusión. No puedo llegar al punto más occidental del África continental: acceso denegado.




En la playa de la Divinité, en Ouakam,hay un pozo que utilizan para refrescarse. Las cabras pastan al sol. Colocan cilindros por debajo de las coloridas piraguas para moverlas por la arena.






Muy próxima a varias embajadas está la tanquila Playa de Mermoz donde algunos locales se bañan en camiseta.


 Si buscas por el sur tienes la de Anse Benard con aguas de color entre chocolate y aceite de oliva. Me pido una esquina tranquila. Un trabajador me planta a una pareja a 30cm de mí para cobrarle el uso de la esterilla.


   El Mercado de Kermel, de techumbre elegante, fue reconstruido tras un incendio en 1993. Son demasiado insistentes los vendedores que pululan alrededor.





   Dicen que Corea del Norte puso la pasta para levantar la estatua familiar del Renacimiento Africano. Desde allí se ve la planicie que domina la ciudad.  El premio tras una buena ración de escaleras. En los puestos de souvenirs de la base me quieren vender un vaso de cuerno de alguna bestia.  La mayoría pierden líquido y el olor a bravú no es baladí.



   La Isla de Gorée fue patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde la cuna, en 1978. Los europeos pagamos mucho más por una travesía de apenas cuatro kilómetros. Me llené de paciencia el día de mi aniversario para aguantar las cuatro horas de espera. Alguno perdió los nervios. El ferry atranca a la vera de un bonito arenal, que enseguida está abarrotado. 





En otros sitios hay dos piedras por porterías. Pero aquí tienen bien equipado el campo de tierra. Pegan al balón con potencia pese a jugar descalzos. Mi actuación como portero no es destacable. Los gatos callejeros nunca tienen prisa. Ningún turista se olvida de la Casa de los Esclavos. También vinieron Nelson Mandela o los Jackson Five. Escrupulosamente pintada, guarda el relato de los prisioneros que, en el mejor de los casos, mandaban a las Américas.