Me sumergí en la
noche de Berlín. Probé suerte en el enigmático Berghain. Sureste de la ciudad. Cincuenta minutos de cola. Al
fondo la nave con pasado fabril. Se intuye la silueta del popular Sven Marquardt. Ya tenía su imagen de piercings, tatoos
y gafas opacas en la memoria. Es un cara o cruz. Aconsejan no ir en grupos. Las
cuatro americanas de adelante, algunas guapas y escotadas, no dan el perfil.
Avisan de que prefieren indumentaria oscura.Mi camisa deslumbra con colores
vivos. “Go!” Quizá la elección sea
aleatoria. Antes de abonar los dieciséis euros, sin derecho a refresco alguno,
te cachean tal aeropuerto.Te piden por las buenas el móvil para cegarlo con
pegatinas naranjas. Nadie se aventura a retratar la espesa atmósfera de humo.
Música electrónica. Chicos con torsos desnudos. Otra, no gogó, también baila sin
telas. Y menos desfase y orgía de la
imaginada.
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