Treinta y una
paradas entre Sorrento y la capital de la Campania. Con Pompeya a medio camino. El Tren
Circumvesubiano es un mosaico de sensaciones. Ponen un altavoz a todo trapo con
canciones de hoy y de ayer. Popurrí. Luego pasan la gorra. El calor es asfixiante
pero aquel buen hombre no vendió un solo abanico. Un pícaro entra en el vagón para birlarle el
móvil a una turista asiática y sale corriendo. Las esbeltas mujeres policía
intentan ejercer la ley y el orden.
Multiétnico barrio
el que brota junto a la Estación Central y la Plaza Garibaldi. Comienza el
baile de los trileros. Clima de desconfianza. Dos señoras me preguntan cómo
funcionan las máquinas de comprar billetes. No me fío un pelo. Ya me ha crecido
un caparazón de púas.
En la cafetería hay
un mostrador exclusivo de pagos y otro para ofrecer el servicio. Con el
cappuccino acompañan un vaso de agua sin solicitarlo. Y un babá borracho de whiskie y nata.
Ciudad con una
personalidad arrolladora. Genial y polémica. Como el Pelusa. El día que muerda
la lengua llegará el Apocalipsis. Con los limones de la región Diego daría mil
toques con los ojos vendados .
El Mercado de
Pignaseca ofrece lo mejor del Mar Tirreno. Pez espada a doce euros kilo. Los
calamares más grandes que vi nunca. Que me perdonen en Luarca. A la venta la
sabrosa mozarela de búfala. Por un euro
me di un atracón de sandía. No soy de los que trago las pepitas. Pulcinella siempre consigue llevarse
algo a la boca.
El casco antiguo es
viejo. Sucio, caótico y descuidado. Y un
goteo de excrementos caninos. El día que la Unesco lo declaró Patrimonio de la
Humanidad debieron esconder el polvo bajo la alfombrilla. Los vecinos del quinto no cuentan con
ascensor. Pero tienen ingenio. Pescan la compra desplegando un cubo por la
ventana amarrado a una cuerda. Críos a
pelotazos con la catedral que conserva la sangre de San Gennaro. Imitan el
peinado de Hamsik. Gama de tatuajes.
En el hipogeo de Santa María delle Anime del Purgatorio ad Arco, la
iglesia de las calaveras, se reza por las ánimas del purgatorio. Un ejemplo de
las afamadas entrañas del subsuelo.
Las fachadas
muestran sus entrañas sin pudor. Las estatuas son pasto de los grafitis. Altavoz
donde propagar la animadversión con Roma, los sueños de anarquía y las
declaraciones de amor. Humberto de Saboya, con su mostacho rebosante, quiere
intimidar pero se decolora. Sólo Dante, laureado poeta de nariz aguileña, es
idultado; la reja de metro y medio ayuda.
Compras en la Vía
Roma, a la que todos conocen popularmente como Toledo, virrey español del XVI
que la mandó construir. Hacen cola para un cartucho de patatas fritas y
pescadito. Pizza puttanesca suena bien.
Con tomates, aceitunas, anchoas y alcaparras. Me orientan; medio metro para dos
personas. Al toparse con el Castel Nuovo ya huele a mar.
En cada paso de
cebra un pulso. Los autos no paran jamás. Las motocicletas, con dos de paquete
o perro, tienen más osamenta que nosotros.
¡Qué el peperoncino nos
proteja!
Museos con sesión
golfa. El Arqueológico, de color salmón, alberga, además de Esculturas
Farnesianas, la mejor colección de mosaicos, pinturas y numismática de Pompeya.
También son interesantísimas la muestra de Modigliani en el Ágora Morelli y de
la Gran Guerra en el Palazzo Zevallos Stigliano.
En la Plaza del
Plebiscito cabalgan nuestro Carlos III, con menos melena que de costumbre, y su
hijo Fernando. La basílica neoclásica de San Francesco di Paola imita al
Panteón de Agripa.
El Castel dell´Ovo,
en el islote de Megaris, pudo recibió tal nombre por la leyenda de Virgilio que
reza que hay un huevo mágico escondido en su interior. Si permanece intacto se
evitarán las catástrofes. Se aprovecharon sus muros para montar una piscina
natural. Sentado en una silla y con los pies a remojo. El agua, en los aledaños
del puerto descomunal, es cristalina y templada. Desde la fortaleza hay una fantástica
panorámica de la bahía y la península de Posillipo. Los cañones apuntan a la
urbe. Y el Vesubio manso de momento. Si les encanta jugar con fuego.
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