miércoles, 14 de enero de 2015

La Suiza fluvial

*Un paseo por Berna y Basilea


   Berna está comprimida por el Aare. Sus prestas aguas verdosas generan un escudo de vegetación frondosa. A los osos, símbolo heráldico, le ceden una parcela para que campen a sus anchas.  Sólo es necesario el transporte urbano para ir al Museo Paul Klee. El funicular para salvar el desnivel del Palacio Federal es sólo una atracción turística. Tejados en perfecta simetría.

   Soportales de cuento de hadas. Fuentes policromadas. Maceteros. La casa donde Einstein exprimió su cerebro.  Casi todos los comercios tienen rebotica subterránea. En una tienda de rock atiende un calvo que se niega a pasar la maquinilla sobre su único mechón; se relaja escuchando un clásico vinilo. Una estrella de Hollywood es el reclamo de otra tienda cavernícola. “Las mejores camisas de la ciudad”; son poperas, con fijación casi obsesiva por los Beatles. Pero la exclusividad tiene un alto coste. Una mujer con mil arrugas, y otras tantas desconfianzas, regenta una tienda de disfraces. No abandoné la urbe del Toblerone sin probar el meitschibei, dulce de nueces.

 

 
   El Ayuntamiento de Basilea tiene un tono más rojizo que la Alhambra. Aunque pueda semejar la proa de un drakar, su omnipresente escudo de armas representa un cayado obispal.


   La ciudad farmacéutica cuenta con la dinámica fuente industrial y robótica de Jean Tinguely. La pantagruélica estatua del trabajador, casi arrollada por el tranvía, homenajea a los currantes. Tiempos Modernos.  La cubista escultura de Picasso es fantasmagórica y decepcionante.

 
   La urbe de Federer es tan filogermánica que su sangre es el Rhin. Es el turno de los más gallardos. Se dejan engullir flujo abajo. Bolsas estanco portan sus enseres.  Barcazas de carga de más de treinta metros de eslora a contra corriente. También se atreve alguna intrépida piragua.

 
 
   En la catedral yace Erasmo desde hace medio milenio. Una estrella de David en su rosetón. El tejado en motivos romboides. Cincuenta y dos metros alcanza su torre. Doscientos treinta peldaños. Chiquillas de risa floja arrojan uvas a quienes esperan el transbordador. En tres minutos cruzan de orilla por un módico precio. Ciclistas se encorvan por el Puente Wettstein para pugnar contra el viento. La moda de los candados aterrizó en el Mittlerebrücke. El peso del amor.

   El sol baña hasta más tarde a la pequeña Basilea, donde hay ejemplos de arquitectura futurista. En esa orilla una exposición fotográfica pretende inculcar valores pacifistas en el Globo.


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