miércoles, 16 de octubre de 2019

Verde y azul


 *Notas de mi viaje por PUERTO RICO

*Agradecimientos:
-a Komomola por su amabilidad y riqueza de detalles a la hora de los preparativos
-a Mónica de la Casa Alcaldía de Ponce por ayudarme con paciencia y cariño cuando moría su jornada de trabajo

   Mar a la vista! Pasada Barceloneta Colón maneja el timón.El doble de crecido que su gemelo del Mediterráneo.Mira bien por encima de la diadema a la dama de Nueva York. Ambos levantan el brazo derecho y ríen menos que aquella mujer enigmática del Arno.  

   Avisan de fuertes corrientes en la Poza del Obispo.Los niños pueden dar un chapuzón en un laguito protegido por dos grandes rocas.  Los adultos nos bañamos entre un oleaje en remolino. Un banco de pezqueñines saltan sobre la superficie escapando de su depredador.
   No debe de haber mucho turista español,pocos se me cruzan,porque a veces los taínos me confunden con un ciudadano argentino. Y pensar que estos dominios pertenecieron a la Corona Española hasta finales del 19, escrito así sin números romanos.

   En la muy leal Arecibo cuatro hombres intentan ganar al juego rey, el dominó. No siempre comienza el seis doble. Aquí no hay mucha cultura futbolística. Tienen más arraigo en la Isla del Encanto las peleas de gallos, deporte de caballeros,que el Gobierno Federal quiere prohibir. Tardo poco en probar el mofongo; mi favorito, el de carne angus. Un acompañamiento habitual son los tostones, trozos aplastados de plátano frito. La banana, omnipresente divinidad, puede estar hasta en la sopa.
   Mi coche bebe varios galones de gasolina. Dirección a Hatillo,capital de la industria lechera. Me abrigo de una tormenta en un chiringuito de la Playa de Jobos. “Mar y Tierra” es churrasco con camarones. De guarnición puré de patatas con verduritas. 

   Rincón mira a Punta Cana. El paraíso de los surfistas americanos, me recibe con un aguacero.Poco resiste el paraguas más barato del colmado. Silva un coquí cuando escampa.  Fusión de vacas y palmeras. ¡Qué postal! Los cangrejos me tienen miedo y se esconden bajo las rocas. Las tijeras, con pico blanco, ni se mojan para robar la carnaza de sábado con un giro de cuello.
   Se sorprenden que pida la piña colada con poco hielo. Asoman una guinda y una rodaja de ananás. Fresquita y deliciosa. Compro un aguacate a un agricultor. Tamaño tropical, descomunal; sabor menos destacable. El Faro de Punta Higüera es blanco, limpio y solitario.  A su sombra venden pulseras y colgantes.
   Lo típico de Mayagüez es el brazo de gitano y la sangría. Alguno de los pedigüeños que merodean junto a la Catedral de Nuestra Señora de la Candelaria es un poco agresivo. El Almirante, que fondeó aquí las diecisiete naves de su segundo viaje, nos proteja.
  El baile estrella de los universitarios de Mayagüez es el tuerking, con movimientos pélvicos rítmicos incluso agarrándose las rodillas. A las dos cada uno para su casa y Dios a la de todos.

   Esperaba más de San Germán. En la ciudad de las lomas no hay mucho ambiente. En el teatro son muy restrictivos. No permiten ni goma de mascar. En mi afán de probar cosas nuevas solicito ñame, un tubérculo, con mi ensalada de langosta.   Subiendo unos veinticinco peldaños está El Museo Religioso de Porta Coeli; hace cuatrocientos años los dominicos ya impartían allí clases a los niños. 

   Voy sin tiempo para ver la Bahía luminiscente de la Parguera. Fuegos artificiales de la mar.  Acabo en la árida Caña Gorda. Tránsito cortado al final de una carretera protegida por cactus.

   Cuando te acercas a zonas de costa hay inquietantes señales de “Peligro Tsunamis”. Hace tan solo 2 años que el Huracán María asoló la isla.  En unas 36 horas cercenó las vidas de unas 3000 personas. Cifras que, hay que subrayarlo, son casi idénticas a las del 11S.   Los más optimistas comentan en la radio que esta desgracia ha servido para limpiar la flora y rejuvenecer la estética paisajística.

   El Parque de bombas de Ponce luce los colores del Milán y una fecha de fundación muy próxima. Curioso que el inmueble de los bomberos sea de madera. Nada más crearse fueron vitales para sofocar el incendio de un polvorín.
   Desde la Ciudad de las Quenepas parten excursiones en bote hacia Caja de Muertos. Me aconsejan cenar en el Paseo Tablado La Guancha.Los chiringuitos,aquí conocidos como kioskos compiten por ver quien pone la música más alta.Acompaño mi sopa de pescado con yuca frita. Regreso cuando la noche ya ha caído y la carretera está entre tinieblas.  Sin estrellas las únicas luces son los semáforos.

   A 4000 millas de Madrid está Salinas, cuna del mojo isleño. En agenda de la iglesia evangélica reservan una hora para el estudio de las Sagradas Escrituras. Los eólicos miran para Polita´s Beach. El fondo marino tiene mucha alga; adentro es más verdoso. La avena es gris.  Hormigas disciplinadas, todo un ejército de Xian, acaban mi sorbete de cacahuete.
  Llego a San Juan,ciudad con más enjundia de la más menuda de las Antillas Mayores. En la Calle Loíza cualquiera, independientemente de sus recursos, puede llevarse un libro gratis de unos anaqueles al aire libre. Me agencio uno de historia. Cuanto más te alejas de Isla Verde las pintadas decrecen.Pero todavía no han borrado las críticas a Ricky. Ya se ven los uniformes verdes del Colegio de Saint John por la Avenida Ashford. El curso escolar arrancó ya a mediados de agosto.

   Si sales de noche en la discoteca del hotel La Concha es de recibo seguir un protocolo de vestimenta. Pero hay sesiones de dj y no hay que abonar por la entrada.

   Escogí un mal momento para ir a la afamada Placita del Mercado de Santurce. Sólo hay palomas y puestos de frutas. Los miércoles a partir de las dos de la tarde hay libre entrada al Museo de Arte de Puerto Rico. Aparentemente simple pero me complace el bodegón cubista del huevo frito con aguacates.  El cuarto de Vitín es la habitación de Arlés a la americana.Se palpa el sudor. Con su pitillo, un imprescindible ventilador, estampas religiosas y las fotos de chicas en bikini.  El asalto habla de una violencia que en la calle no percibí; esta obra de José Rosa Castellanos me recordó a una del MOMA donde la crueldad es más colorista, racial y sanguinaria.

   Recibo dos recomendaciones para ir a a degustar el buffet brasileño del Centro de Convenciones. Venzo el último tramo de la Baldorioty Castro, bautizada en honor de un boricua que porfió por una mayor autonomía de Puerto Rico. Las ensaladas, fiambres y quesos son variados y coloristas. Devoro carne, servida desde un pincho, hasta que no me entra más. La calidad no es suprema, el precio sí. Y la insistencia del mesero en la propina es desproporcionada. Piden sin pudor hasta el veinte por ciento. En todos los baños de los negocios recuerdan que sus empleados deben cumplir con el protocolo de higiene antes de regresar al trabajo.

   Los balnearios de aquí no son como los húngaros. Porque son de arena y agua salada. El de Escambrón es la única playa de mi viaje por la antigua Boriquén que está hasta los topes.Contrastes. Camino en soledad por la Puerta de Tierra sin encontrar muchos alicientes.

   San Cristóbal llegó a ser la fortificación europea más grande de América. Cuentan leyendas y desapariciones sobre la Garita del Diablo, un bombín hierático y pétreo en un vértice que apunta al mar. Son marca de la casa sus túneles para escabullirse del enemigo. No se permitía el tránsito de animales porque sabían de la importancia, vital en suelo insular, de tener agua limpia conservada en los pozos.  Desde lo alto se aprecia bien la cúpula neoclásica del Capitolio.

   Siguiendo por la zona septentrional del Viejo San Juan llegamos a La Perla.El barrio está enjaulado entre las murallas, el Atlántico azul y el cementerio Santa María Magdalena de Pazzis. Luis Fonsi abrió todas las puertas. Su pista de basket pide una pachanga.
   Parada obligada en el mercado artesano del Paseo de la Princesa. Ninguna de aquellas originales viseras se adapta a mi cabeza. Bailan salsa los que suman más años y menos vergüenza. Combato a Lorenzo con una piragua de pacha, que en tierras quijotescas conocemos como granizado de maracuyá.

   El Museo de las Américas hace un recorrido por el folklore e historia del Nuevo Continente. Allí me cuentan la vida subversiva de Lolita Lebrón.
   El Castillo San Felipe era antes un promontorio con cañones. Luego evolucionó hasta alcanzar seis niveles. Izadas tres banderas, la del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, USA y la de la Borgoña, que adoptó nuestro Felipe el Hermoso en honor a su madre.  Los mismos vientos que mecen los estandartes agitan las chiringas de los niños en los predios de El Morro. Hemos venido a jugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario