jueves, 3 de abril de 2014

El vecino de abajo

*Motivos por los que debes visitar Oporto
*Yo fui a la ciudad donde desemboca el Duero en agosto de 2008
*Publicado en El Correo Gallego.


 No se le ocurra cenar un viernes a las diez en el Cais da Ribeira, afamado muelle de Oporto repleto de restaurantes. Horario continental. Precios asequibles, pues somos expertos y rechazamos olivas negras, mantequilla y paté de sardinas, entrantes apetecibles que engordan la cuenta. Los que venimos de fuera pagamos diez euros por un crucero de apenas una hora por las aguas del Duero. Y en la ribera sur vemos los luminosos de las bodegas de Vilanova da Gaia; ¿a qué no sabían que del nombre primitivo de ambas ciudades, Portus y Cale, acabaría formándose el topónimo que alude a toda la nación?

No les aconsejo, nadie lo hace, pasear desde el Puente de Arrábida hacia la foz del río. Se mitigan las luces e impera la ley de los gorrillas; uno me ofrece droga. Conseguimos regresar al centro aunque por aquí no pasa el moderno metro que pocos lugareños emplean. Ahora uno plastifica documentos en plena calle.

Unos muñequillos desfilan cada hora bajo el reloj del Edificio Palladium de la bulliciosa calle de Santa Catarina; ideal para que carteristas se cuelguen del tranvía con más peso del que traían.

Desde la Catedral, en la colina Penaventosa, vemos que nadie se avergüenza por colgar la ropa, sino el bacalao, en la fachada principal. Sobre los rojos tejados se impone la fachada rococó de los Clérigos, símbolo de la ciudad y quizá la torre más alta del país.

Aunque no te vayas todavía visita la estación de Sao Bento, erigida sobre las ruinas de un monasterio benedictino. Los azulejos del vestíbulo recrean escenas históricas y campesinas; me fijo en la conquista de Ceuta por Henrique el Navegante, infante portuense que, como tenía muy difícil llegar al trono, se dedicó a explorar las costas africanas.

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